
GOTAS DE ESPERANZA
Luis XIV, el rey Sol, había salido muy de mañana con sus monteras a una de sus fastuosas cacerías. Su caballo galopaba por los senderos de los bosques saltando obstáculos, y el rey perseguía la pieza mientras atronaban el aire las trompas y ladraba furiosa la jauría.
De pronto, en un camino solitario, tropieza con un cortejo fúnebre. Dos mozos conducen en unas parihuelas un cadáver.
El rey se detiene.
— ¿Qué lleváis ahí? —pregunta.
— Señor —le dicen—, el cadáver de un hombre que ha aparecido muerto en el bosque.
—¿Y de qué ha muerto este hombre?
Los campesinos, que no saben de rodeos cortesanos, contestan sencillamente:
— De hambre.
El rey quedó unos instantes pensativo. Luego, ¿había en su reino hombres que se morían de hambre? Picó espuelas al caballo, y éste corrió como una flecha. Una pieza atravesó el camino. El rey la persiguió locamente y, al poco tiempo, la persecución y la alegría de los cortesanos borraron de la frente regia el recuerdo del hombre que murió de hambre entre los resonantes clamores de la caza.
Así pasamos nosotros riendo y gozando ante las miserias y las desventuras de los pobres de Cristo. Pero yo vengo a perturbar vuestros goces y a gritaras sin disimulo ni prudencias cortesanas: «¡Hermanos, en vuestro pueblo, en vuestra ciudad hay pobres que se mueren de hambre!»