Image Alt

Historias y anécdotas

  /  Historias y anécdotas

Según una leyenda oriental, en el sitio donde se edificó Jerusalén vivían dos hermanos, uno de los cuales tenía muchos hijos y el otro estaba solo y soltero. En cierta ocasión, recogieron su cosecha y amontonaron el trigo en dos montones en la era. Una noche el hermano soltero pensó: «Mi hermano tiene una familia numerosa

El emperador Carlos V debía una crecida suma al rico banquero Fugger. Y cuando, en cierta ocasión, el emperador en persona fue a su acreedor a pedirle una demora, Fugger cogió el pagaré y, con gesto magnánimo, lo arrojó al fuego delante del emperador. Dios nos manda que perdonemos a todos

Fue un día el condestable de Chatillon a oír misa, y, cuando más abstraído estaba en sus oraciones, un pobre se acercó a pedirle limosna. El condestable sacó unas monedas de oro sin contarlas y las dio al pobre. Éste, sorprendido de tan generosa dádiva, creyó que no podía conservar en su poder aquella cantidad. Y,

Enrique IV, yendo un día de caza, sintió una sed abrasadora y, perdido en un tupido bosque, vino a llamar a la puerta de una cabaña y pidió algo con que apagar su sed. El aldeano, sin conocerle, cogió el único melocotón que pendía del árbol para dárselo. Algún tiempo después volvió el rey a la

El prefecto de un departamento de Francia, cristiano a medias, visitaba muchas veces los hospitales. Y, estando cierto día con la superiora en el despacho, entró una religiosa joven que, al ver al prefecto, hizo ademán de retirarse. — Entre usted, hermana —dijo él—. ¿Cómo se llama? — Hermana Leocadia —contestó la religiosa. — ¿En qué departamento está

Diógenes. estaba un día plantado como un palo en la esquina de una calle, riéndose como un loco. — ¿Por qué te ríes? —le dijeron. — ¿Veis —respondió— aquella piedra que está en medio de la calle? Ya han tropezado en ella más de diez personas. Después de tropezar la miraban y la maldecían, pero ninguno la ha

Un muchacho miraba siempre, por una ventana, el interiar de una casa grande, de estilo antiguo y señorial. Veía dentro, cerca de la ventana, un gran álbum rojo que contenía una valiosísima colección de sellos. Un día salió de la casa un anciano que se detuvo al ver al muchacho: — Admiras mi colección de sellos, ¿verdad? —

Un día san Ignacio propuso al padre Laínez esta alternativa: — Supongamos que Dios os deja escoger entre ir al cielo ahora o continuar en la tierra con la posibilidad de hacer aquí algo para su gloria. ¿Qué escogeríais, padre? — Yo preferiría estar ahora seguro en el cielo —contestó. —Bien —dijo el santo—. Pues por mi parte yo