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Historias y anécdotas

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Viernes, 15 de marzo de 2024 Primera lectura Lectura del libro de la Sabiduría (2,1a.12-22): SE decían los impíos, razonando equivocadamente: «Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida; presume de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo de Dios. Es un reproche

Se quiere construir una sociedad sin Dios, y sin Dios, el hombre no tiene futuro, y las consecuencias ya las estamos sufriendo y experimentando. Dios es el futuro de nuestra vida, a nivel personal y a nivel social. Si quitamos a Dios de la existencia humana, el hombre se queda sin horizonte, efectivamente, pierde el piso.

El mayor don en la vida es dar lo que tienes, no hay mayor amor que dar la vida, lo mucho o poco que tengas; pero algo que tengamos que compartir. Quien da más, más recibe.   Los hombres creemos que guardando lo que tenemos, lo haremos crecer; en la vida cristiana esto se llama egoísmo, nos

La fidelidad hoy en día es un término que ha perdido valor y sentido, sin embargo, es una virtud que está al alcance de todos y que tiene infinitas expresiones en cualquier campo de la vida humana para enriquecernos y hacernos buenas personas. Es fiel, el amigo que no vuelve la espalda a los suyos en los

Claudio Bernard, francés, llamado «el pobre cura», se estremecía al oír una sola blasfemia. Un arriero le encontró una vez por el camino y le dio un solemne bofetón, blasfemando al mismo tiempo. — Hermano —le dijo el santo cura —, deme otro, mas deje la blasfemia.    

  Cuenta san Gregario Magno que en sus tiempos había en Roma un niño de unos 6 años de edad que blasfemaba como un demonio por la menor cosa que le hiciesen. Un día, mientras su padre le tenía en sus brazos, el niño blasfemo gritó, temblando todo él: — Padre, defiéndeme, pues veo venir un animal que me

San Luis IX, rey de Francia, dio una ley que condenaba a los blasfemos a serles perforada la lengua con un hierro candente. Habiendo blasfemado públicamente un ciudadano de París, el rey le hizo sufrir la pena establecida. Le hizo, sin embargo, el rey esta gracia: «Le perdonaré voluntariamente si ha insultado a mi persona. ¡Pero