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Historias y anécdotas

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En cierta ocasión, un muchacho le preguntó a su maestro qué era el pecado y qué efecto dejaba en el alma. El sabio maestro le dijo que cogiera una tabla y que cada vez que cometiese un pecado clavase un clavo en la tabla y por cada acción buena que realizase, sacara uno. Cuando ya no

Cuentan que una niña pequeña, que tenía muy mal genio, colgó una rabieta tal que le arrancó el pelo a su niñera y le escupió en la cara. Su mamá, que era bastante blanda con la niña, en lugar de castigarla, le dijo que era el demonio quien había hecho todo eso. A lo que la

Era el primero y único hijo de una piadosa señora. Antes de nada lo había consagrado al sagrado corazón de Jesús. Fue creciendo, y como tantas veces había oído decir a su madre que era el hijo del sagrado Corazón, él no se daba más que este nombre. Cuando se le preguntaba cómo se llamaba, respondía:

Hubo un artista que quiso traducir en un cuadro las palabras del evangelio: «He aquí que estoy a la puerta y llamo.» En él se ve a Cristo con la mano levantada en disposición de llamar.   El hijo del pintor mira el cuadro y dice: — Papá, hay un defecto en el cuadro. — ¿Por qué? —pregunta el padre. —

Remaud, senador francés, alquiló para un mes un cuarto en un hotel de Francia y pagó por adelantado. ciento cincuenta francos. El hotelero le preguntó si quería recibo. — No es necesario —contestó el senador—; basta que lo haya visto Dios. — Pero ¿cree usted en Dios? —preguntó el hotelero. — Naturalmente. Y usted también, ¿verdad? — No, señor; yo

El célebre conquistador Alejandro Magno (muerto el 323 aC.), durante una guerra, llegó a Gordion, ciudad de la Fri­gia, en cuya acrópolis se hallaba el carro de Gordios con el famoso nudo de su nombre. Un antiguo oráculo prometía el imperio de Asia a quien lo deshiciera. Después de muchas tentativas infructuosas, Alejandro logró soltarlo. ¿Cómo?

La victoria de Giuditta - La resurrección de Nuestro Señor es también señal de la derrota de Satanás, quien perdió todo que había amasado en miles de años de usurpación y de engaño después del pecado original. En este sentido algunos padres de la Iglesia han comparado la derrota del demonio con el homicidio de Oloferne

El excesivo cuidado que tenemos de nosotros mismos hace que nuestro espíritu pierda la tranquilidad, y nos leve a tener un humor raro y desigual. Así nos sucede que, en cuanto tenemos alguna contradicción, en cuanto nos damos cuenta de nuestra falta de mortificación, cuando caemos en algunos de nuestro defectos, por pequeño que sea, nos