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Sembrando Esperanza

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GOTAS DE ESPERANZA

Un legionario, practicante en un hospital de sangre durante la cruzada española, contaba:

 

 

Nací en Marruecos, de padres israelitas. Me dediqué al boxeo. Viajé por Europa y América. Ingresé en la Legión. En un sangriento combate de esta guerra de España, junto a mí cayó herido un joven de diecinueve años, un voluntario, un valiente. Pronto comprendió que estaba gravísimo y que tardarían en recogerle.

Un crucifijo —empezó a decir—, que me traigan un crucifijo…

 

Allí no había crucifijos; ninguno podía ayudarle, y él seguía pidiendo. Su voz se debilitaba, se iba en sangre. Ya no pedía un crucifijo, pedía una cruz: Yo le oía impresionado:

Una cruz, una cruz…

 

Al fin me dijo un oficial:

Anda, busca unos palos, haz una cruz y dásela.

 

Yo, judío, formé una cruz con dos ramas y la puse en sus manos. Momento inolvidable. El muchacho la besó y al poco tiempo moría.

 

Se me grabó en el alma aquella escena. En la paz de la noche y en las siguientes, pensaba: ¿No será verdadera una religión que da tanto valor a los hombres? ¿ Una religión que ante la muerte no les inspira más deseos que el de besar la cruz de su Dios?

Busqué al capellán, me instruí… Pedí el bautismo. Soy católico gracias a un joven que supo morir como tal.

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