Image Alt

Sembrando Esperanza

  /  Pensamiento del día   /  CUANDO EL CANSANCIO TE LLEVA A LIMAR TU CRUZ 1 Y 2 PARTES

CUANDO EL CANSANCIO TE LLEVA A LIMAR TU CRUZ 1 Y 2 PARTES

“El único que puede eliminar el poder del mal es Dios. Precisamente por el hecho de que Jesús vino al mundo para revelarnos el designio divino de nuestra salvación, la fe nos ayuda a penetrar el sentido de todo lo humano y, por consiguiente, también del sufrimiento. Así pues, existe una íntima relación entre la Cruz de Jesús -símbolo del dolor supremo y precio de nuestra verdadera libertad- y nuestro dolor, que se transforma y se enaltece cuando se vive con la conciencia de la cercanía y de la solidaridad de Dios”. (Benedicto XVI, 21 de junio de 2009, Casa Alivio del Sufrimiento).

Jesús mismo nos dijo que, si queríamos acompañarlo, deberíamos cargar con la cruz y seguirle. El sufrimiento y la cruz es una realidad de toda vida humana. No tengamos miedo de seguir al Señor. No tengamos miedo de cargar con la cruz que Él quiera darnos, ella es la más apropiada para un día llegar a la eternidad.

Sepamos siempre pedirle fuerzas al Señor para no dejarnos desanimar por su peso. Él jamás pondrá sobre nuestros hombros una cruz que no seamos capaces de llevar.

“Una vez una persona andaba buscando al Señor. Le habían comentado de una invitación que hacía a todos para llegar hasta su Reino, donde dicen que tenía reservada una morada para cada uno de sus amigos. Y él también tenía ganas de ser amigo del Señor.  ¿Por qué no? Si otros lo habían logrado.  ¿Qué le impedía a él llegar a ser uno de ellos?

Averiguando acerca del paradero, se enteró de que el Señor se había ido monte adentro con un hacha, a fin de preparar para cada uno de sus amigos lo que necesitaría para el viaje.  Y se fue a campearlo.

Al fin llegó, y se encontró con el mismísimo Señor Jesucristo, que estaba preparando las cruces para cada uno de sus amigos antes de partir hacia su casa, al fin de disponer un lugar para cada uno.

  ¿Qué estás haciendo?– le preguntó el joven al Señor.

Estoy preparando a cada uno de mis amigos la cruz con la que tendrán que cargar para seguirme y así poder entrar en mi Reino -le contestó el Señor.

 ¿Puedo ser yo también uno de tus amigos? -volvió a preguntar el muchacho.

¡Claro que sí! -le dijo Jesús-.  Es lo que estaba esperando que me pidieras.  Si quieres serlo de verdad, tendrás que tomar también tu cruz y seguir mis huellas, porque yo tengo que adelantarme para ir a prepararles un lugar.

  ¿Cuál es mi cruz, Señor?

-Esta que acabo de hacer. Sabiendo que venías y viendo que los obstáculos no te detenían, me puse a preparártela especialmente y con cariño para ti.

La verdad era que muy, muy preparada no estaba la cruz. Se trataba de dos troncos cortados a hacha, sin ningún tipo de terminación ni arreglos.  Las ramas de los troncos habían sido cortadas de abajo hacia arriba, por lo que sobresalían pedazos por todas partes. Era una cruz de madera dura, bastante pesada y, sobre todo, muy mal terminada.  El joven al verla, pensó que el Señor no se había esmerado demasiado en preparársela, pero como quería realmente entrar en el Reino, se decidió a cargarla sobre sus hombros comenzando el largo camino, con la mirada en las huellas del maestro.

Ni bien cargó la incómoda cruz, hizo también su aparición el diablo. Es su costumbre hacerse presente en estas ocasiones. Y en aquella circunstancia no fue diferente, porque donde anda Dios, anda el diablo, sobre todo en los montes.

Desde atrás le pegó el grito al joven que ya se había puesto en camino: ¡Te olvidaste de algo!-le dijo.

Extrañado por aquella llamada, miró para atrás y vio al diablo muy acomedido, que se acercaba sonriente con el hacha en la mano para entregársela.

Pero ¿también tengo que llevarme el hacha? -Preguntó molesto el muchacho.

 No sé -dijo el diablo haciéndose el inocente-, pero se me hace que es conveniente que te la lleves por lo que puedas necesitar en el camino. Por lo demás, sería una lástima dejar abandonada un hachita tan linda.

La propuesta le pareció tan razonable, que sin pensar demasiado, tomó el hacha y reanudó su camino. En realidad no había camino, simplemente eran huellas por el monte, los pajonales y esteros.”

“El joven, entusiasmado pero algo incómodo, recomenzó su camino cargando cruz y hacha. Muchas veces queremos disminuir el peso de nuestra cruz y podemos caer en el engaño del demonio: que esa cruz, el peso de esa cruz, no es para nosotros. ¡Por eso tenemos que atender y seguir el consejo de Jesús!: Vigila y ora, para no caer en la tentación.

Hacía frío aquel invierno y la cruz era pesada, sobre todo era molesta por su falta de terminación.  Parecía como si las salientes se empeñaran en engancharse por todas partes de su cuerpo que tocaba a fin de retenerlo, y se le incrustaban en la piel para hacerle más doloroso el camino.

Una noche particularmente gélida y llena de soledad, se detuvo a descansar al descampado. Descendió la cruz en el suelo, a la vez que tomó conciencia de la utilidad que podía brindarle el hacha.  Quizá el maligno, que lo seguía a escondidas, ayudó un poco, arrimándole la idea mediante el brillo del fierro del instrumento.  Allí  se puso a arreglar la cruz.

Con calma y despacio, le fue sacando los nudos que más le molestaban, suprimiendo aquellos muñones de ramas mal cortadas que tantos disgustos le estaban proporcionando en el camino.  Y consiguió dos cosas: primero, mejorar el madero; segundo, se agenció de un montoncito de leña que le vino como mandado a pedir para hacer un fuego con el cual calentar sus manos entumecidas.

Esa noche durmió tranquilo. A la mañana siguiente reanudó su camino. Y noche a noche su cruz fue siendo mejorada, pulida por el trabajo que en ella iba realizando.

Mientras su cruz mejoraba y se hacía más llevadera, conseguía también tener la madera para el fuego amigo de cada noche.

Casi, casi, se sintió agradecido hacia el diablo que le había hecho traerse el hacha consigo. Después de todo había sido una suerte contar con aquel instrumento que le permitía realizar el trabajo sobre su cruz. Estaba satisfecho con la tarea y hasta sentía un pequeño orgullo por su obra de arte.  La cruz tenía ahora un tamaño razonable y un peso mucho menor; y, además, se trataba de algo prolijo. Bien pulida, brillaba a los rayos del sol y casi no molestaba al cargarla sobre sus hombros.

Achicándola un poco más, llegaría finalmente a poder levantarla con una sola mano a manera de estandarte, para así identificarse ante los demás como seguidor del Crucificado.  Y si le daban tiempo, podría llegar a acondicionarla hasta el punto que llegaría al Reino con la cruz colgada de una cadenita al cuello como un adorno sobre su pecho, para alegría de Dios y testimonio ante los demás.  Y consiguió su meta, es decir: sus metas.

Para cuando llegó a las murallas del Reino, se dio cuenta de que gracias a su trabajo estaba descansado y además podía presentar una cruz muy bonita, que ciertamente quedaría como recuerdo en la Casa del Padre.

Pero no todo fue tan sencillo: resulta que la puerta de entrada al Reino estaba colocada en lo alto de la muralla.  Se trataba de una puerta estrecha, abierta casi como una ventana a una altura imposible de alcanzar.  Llamó a gritos anunciando su llegada, y desde lo alto apareció el Señor invitándolo a entrar.

 Pero, ¿cómo Señor? no puedo.  La puerta está demasiado alta y no la alcanzo.

 Apoya la cruz contra la muralla y luego trepa por ella utilizándola como escalera -le respondió Jesús.  Yo le dejé a propósito los nudos para que te sirvieran; además, tiene el tamaño justo para que puedas llegar hasta le entrada.

En ese momento el joven se dio cuenta de que realmente la cruz recibida había tenido sentido y que de verdad el Señor la había preparado bien. Sin embargo, ya era tarde. Su pequeña cruz, pulida y recortada, le parecía un juguete inútil.

Era muy bonita pero no le servía para entrar.  El diablo había resultado mal consejero y peor amigo.  Pero el Señor es bondadoso y compasivo.  No podía ignorar la buena voluntad del muchacho y su generosidad en querer seguirlo. Por eso le dio un consejo y otra oportunidad.

 Vuelve sobre tus pasos, seguramente en el camino encontrarás a alguno que ya no dio más y ha quedado desfallecido bajo su cruz. Ayúdale tú a traerla. De esta manera ayudarás a que logre hacer su camino y llegue, y él te ayudará a ti a entrar.” (Autor desconocido)

Dios es bueno, y su Misericordia es infinita, pero tampoco debemos abusar. Si Él, en su designio nos ha querido dar una cruz para llevar, con un peso y un modelo determinado, sepamos aceptarla desde el inicio con sencillez y esfuerzo, sabiendo que no la cargamos solos. Él nos ayuda, Él nos acompaña. No temamos llevar esa partecita de cruz que el Señor nos invita a cargar.

 

Leave a comment