
GOTAS DE ESPERANZA
San Oswaldo, rey de Northumberland, la actual Inglaterra, profesaba gran amor a los pobres. Cada día daba de comer a muchos de ellos y les hacía numerosos y valiosos regalos.
Un día de Pascua convidó a comer al obispo de San Aridán. La comida no era fastuosa, pero sí de acuerdo con la mesa del rey en tan gran festividad y con tan ilustre convidado.
Estaba para empezar el convite cuando el mayordomo avisó al monarca que había una multitud de pobres esperando limosna en la puerta del palacio. El rey, con asentimiento y aplauso del santo obispo, les hizo entregar la comida que ellos dos iban a tomar, reservándose para sí el plato más sencillo y frugal. Mas, como todavía quedasen muchos pobres sin atender, el rey hizo, luego romper en pedazos la vajilla de oro y plata preparada y repartir los fragmentos entre los necesitados.
El santo obispo dio gracias a Dios de que hubiese dado a Northumberland un rey tan cristiano y caritativo, y, no obstante su carácter episcopal, le besó la mano diciendo:
— Majestad, esta mano es tan grata a Dios, que no se pudrirá en el sepulcro.
De hecho, muchos años después de la muerte de san Oswaldo, se abrió su sepulcro y se encontró incorrupta su mano derecha.
La caridad es la virtud más grata a Dios.