GOTAS DE ESPERANZA
Había un hombre de Dios que bajaba cada día, muy de mañana, al pueblo que se encuentra al pie de la montaña. Trabajaba con ilusión, sin olvidar a su Dios. Al terminar su labor realizaba la ascensión con el borrico de carga; y a la hora en que el sol da más fuerte se encontraba todos los días junto a la fuente clara de la montaña. Su sed se hubiese aliviado con el agua, pero podía más su amor, y cada día ofrecía el pequeño sacrificio de no beber. Y cada día, en recompensa, se dibujaba entre las nubes una estrella.
En cierta ocasión un pequeñuelo le contempló y, entusiasmado; quiso imitarle. El anciano intentó disuadirle, pero él insistió tanto, que hicieron la prueba un día.
De noche rezaron a su Dios. Los dos bajaron muy de madrugada y trabajaron. Terminada la labor, iniciaron la subida. El pequeño jadeaba y sonreía. ¿No podrá más? Ahora se le van los ojos a la fuente. El muchacho mira al agua y al viejo.
— Si el viejo no bebe, ¿podré beber yo?
Y, en el viejo, otra duda:
—. ¿Me mortificaré, Señor? ¡No beberá el niño si no bebo yo!
Indecisión: ¿mortificación o caridad? Pudo más la caridad: «Beberé para que él se atreva a beber.» Y el viejo se acercó a la fuente y bebió de ella. Al muchacho se le escapó un grito de alegría y se volcó en las aguas.
Los dos ahora descansan. Pero el buen viejo reflexiona: «¿Me sonreirá hoy también el cielo con su estrena?» Y con temor levanta lentamente los ojos a las nubes.
En el cielo, aquel día, lucieron dos estrellas.