GOTAS DE ESPERANZA
Poco antes de la guerra, un ingeniero excelente cristiano se esforzaba por hacer algún bien a los obreros de una fábrica, sobre todo irradiando en torno a ellos el verdadero espíritu de Jesucristo. Frente a sí y empeñado en una propaganda en sentido inverso, tenía un encargado fogoso agitador y extremista, pero hombre íntegro, de gran prestigio y de un celo infatigable por su causa.
Cierto día se produjo un grave accidente. El ingeniero, para librar a sus obreros de una muerte segura, poniendo en peligro su vida, evitó una explosión inminente. Murió abrasado, pero con su acción logró que salieran ilesos sus compañeros
El cadáver del ingeniero fue trasladado a su domicilio. El primero en visitado fue el encargado. Al principio permaneció en pie y con semblante frío, como si efectuara una visita protocoria más bien qué un acto de amistosa cortesía. Recorría con la mirada aquel cuerpo terriblemente ennegrecido y amortajado con un lienzo. De pronto se acercó al lecho, levantó el lienzo, se inclinó sobre la frente trágicamente lastimada y estampó en ella un beso. Cayendo de hinojos, exclamó:
— ¡Jefe querido, jefe querido! —Y rompió en sollozos. Después renunció para siempre a dirigir la lucha encaminada a excitar los odios. Había triunfado la caridad.
