
LAS SEÑALES DE LA PRESENCIA DE DIOS 1° Y 2° PARTE
La vida da muchas vueltas, es un misterio. Pero para muchos la envuelve un gran milagro, el prodigio de la vida, de la generosidad de las personas, de esos ángeles que aparecen en nuestra existencia para traernos alegría y paz. Una acción misteriosa y singular que nos llega a decir: Dios estuvo presente en este momento, ha sido claro que Él ha permitido esta situación, veo su mano, su acción, su amor.
Hace unos días encontré una historia que les comparto, pues nos ayuda a no acostumbrarnos al bien que las personas hacen, a las miles de almas que están dispuestas a ayudar, salir al paso, aliviar aunque sea un poco el sufrimiento de los demás.
“Ocurrió en 1992. Los nombres originales se han cambiado, para respetar la privacidad de los personajes. La enseñanza fue grande, solo que en aquel entonces creí que era una historia tierna, no un mensaje Divino.
El doctor Lozada era un tipo muy joven. A sus 27 años se convirtió en el orgullo de su familia, un profesional graduado con honores y empezando a tomar prestigio en su nueva esfera social. Sin embargo, pese a lo promisorio del panorama, una noticia cambió completamente su vida: un cáncer le había sido detectado y necesitaba con urgencia una médula ósea. Lo peor de todo era que, en aquel entonces, los mejores especialistas se encontraban en los Estados Unidos, por lo que decidió viajar a pesar de no tener los recursos necesarios ni el donante para realizar el trasplante.
Cuando el doctor Lozada contó la historia en un estudio radial en New York, resultaba irónico pensar que un hombre tan joven pudiera “tener los días contados” a pesar de las enormes ganas de vivir.
Después de presentado el caso, se pudo establecer contacto con uno de los hospitales del área especializados en este tipo de males. Por medio del programa de radio se logró que el galeno fuera atendido con cierta urgencia y sometido a las primeras sesiones de quimioterapia, a pesar de que los fondos para pagar dicho tratamiento requerían de un compromiso especial.
La segunda vez que el doctor Lozada visitó los estudios de la radio, el impacto de la enfermedad era evidente. Su frondoso cabello azabache como la noche que tenía cuando fue por primera vez, ya no estaba. Sus ojos mostraban signos de cansancio y debilitamiento y su alma sufría lo indecible.
En aquella oportunidad se inició una campaña para recolectar dinero por medio de unas alcancías selladas que fueron dispuestas en las principales tiendas del condado, donde se apreciaba el rostro del joven pediatra. Al poco tiempo, el doctor de nuevo visitó la radio y esta vez anunció con alegría el haber encontrado un donante compatible, pero con la penuria de saber que el costo del procedimiento era poco más de un cuarto de millón de dólares ¡Mucho dinero definitivamente!
Cuando el doctor Lozada advirtió a los oyentes acerca de lo que estaba sucediendo, las llamadas de apoyo no se hicieron esperar. El tablero se llenó de luces de esperanza y cariño, junto a varias promesas de colaboración económica que era lo más importante en ese instante. Uno de los oyentes no se identificó y pidió hablar “fuera del aire” con el protagonista del drama. Cuando el diálogo entre ambos terminó, el doctor Lozada, con una expresión muy extraña, pidió que se detuviera la actividad y garantizó que al día siguiente se comunicaría nuevamente dando información.
A la mañana siguiente, cuando se estaba preparando el programa del día, el doctor y el director de la radio se encontraban reunidos. Al concluir la charla, y antes de iniciar labores, la noticia fue impactante: un hombre de origen puertorriqueño, inversionista de Wall Street, se había comprometido a correr con todos los gastos de la operación y recuperación del pediatra, con la condición de que su nombre se mantuviera en completo hermetismo.
Continuamos con la segunda parte de la historia comenzada anteriormente. Es maravilloso pensar que en la vida se hacen presentes personas que marcan la diferencia y, que siempre habrá en el mundo almas buenas que están dispuestas a ayudar.
El anónimo personaje había seguido de cerca el caso y solo actuó cuando consideró que era necesario. Lo hizo desinteresadamente pero con un propósito claro. Los oyentes, al escuchar lo que había sucedido quedaron sorprendidos y, sobretodo, agradecidos. De alguna manera el médico se había convertido en un símbolo de lucha para todos.
Al cabo de unos meses, y después de no saber más del caso, el doctor Lozada llegó a los estudios. Su figura era otra, su semblante, distinto. Aparte de su notoria recuperación física, sus ojos de nuevo estaban llenos de felicidad, su presencia en el programa no fue otra que contarle a quienes sufrieron su drama la gran noticia: “Gracias a Dios y a un ángel que me envió, estoy curado”.
Después de concluida la edición matutina, se reunieron para conocer algunas intimidades del caso, no obstante respetando el expreso pedido de ese gran bienhechor. Lo único claro es que aquel hombre no ayudó al joven galeno simplemente porque le conmoviera el caso, sino porque desde que había perdido a su hija de 12 años, víctima de un cáncer, se comprometió ayudar a todo niño que lo pudiera necesitar.
Este hombre se había envuelto excesivamente en sus negocios, en el poder que brinda el dinero, así como en las comodidades. Tanto que se alejó de su familia convencido de que lo que hacía estaba muy bien. Sustituyó la pureza del hogar con un centro más de operaciones; su riqueza aumentaba y la suerte le sonreía en los negocios. Sin embargo, cuando supo la tragedia que abrigaba a su hija, ni todo el dinero, ni la capacidad de los médicos que la atendieron, ni los adelantos tecnológicos del momento, pudieron evitar que la menor falleciera en menos de un año.
Desde ese entonces, aquel millonario utilizó al dinero para entregar esperanza, para ayudar. Pese a lo trágico de la vivencia, su relación con Dios aumentó cuando supo que el dios de la tierra, ese que se traduce en unos pedazos de papel, lo había enceguecido hasta el punto de renunciar al amor y al cariño de su familia. Cambió la sonrisa de su hija por unos muebles finos, joyas, lujos y, al final, teniéndolo todo, no tenía nada.
Pero… ¿por qué ayudó al doctor, si éste no era un niño? Allí estuvo lo maravilloso del encuentro. El buen samaritano le colabora al médico sabiendo que, al estar tan cerca de la muerte, su concepto de la vida podría cambiar radicalmente. Por eso le solicitó que si lograba superar la enfermedad se dedicara a ayudar a los niños más desfavorecidos sin pedir nada a cambio. Solamente con la promesa de devolverle a Dios el milagro de seguir vivo, pero esta vez, contrario a lo que pensaba cuando iniciaba su carrera, con un propósito claro de servicio.
Hoy, aparte de seguir siendo buenos amigos, existen dos hombres que, sintiendo que la vida era injusta con ellos en algún momento, fueron conectados por la Gracia del Señor para servirle a Él, aprovechando sus mejores recursos. El doctor Lozada alguna vez, cuando estaba curado, admitió que su fe en Dios nunca existió en los momentos más cruciales. Por eso, después de todo lo sucedido, no le quedaba la menor duda de que Él es solo amor y que pese a nuestras dudas y desaciertos, su poder y misterio no admiten discusión.
Así es Dios y su presencia. Agradezcamos siempre a Dios cuando permita pequeños o grandes sufrimientos. Sobre todo, agradezcamos a todas las personas que nos han acompañado y han estado al pie de la cama, consolando, animando, dándonos un poco de alegría, ofreciéndonos su hermoso tiempo para decirnos que nos aman.