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Sembrando Esperanza

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PERSIGUE TUS SUEÑOS, NO DEJES DE LUCHAR

Todos tenemos sueños e ilusiones. Es propio del espíritu humano proyectar, salir, crecer y alcanzar los sueños que un día pasaron por nuestro corazón.  Pero ¡cómo subestimamos nuestros sueños y a los soñadores!

Me viene a la mente aquella competencia de sapos que un día escuché, cuyo objetivo era llegar a lo alto de una gran torre:

“Había en el lugar una gran multitud. Mucha gente vibrando y gritando. Comenzó la competencia, pero como la multitud no creía que pudieran alcanzar la cima de aquella torre, lo que más se escuchaba era: “¡Qué pena! ¡Esos sapos no lo van a conseguir! …¡no lo van a conseguir…!”. Los sapitos comenzaron a desistir. Pero había uno que persistía y continuaba subiendo en busca de la cima.

La multitud continuaba gritando: ¡Qué pena, ustedes no lo van a conseguir!… Y los sapitos estaban dándose por vencidos, salvo aquel sapito que seguía y seguía tranquilo y, ahora, cada vez más con mayor fuerza.

Ya llegando el final de la competición todos desistieron, menos ese sapito que, curiosamente, en contra de todos, siguió y pudo llegar a la cima con todo su esfuerzo.

Los otros querían saber cómo lo había logrado.  Un sapito le fue a preguntar cómo él había conseguido concluir la prueba y descubrieron que… ¡se había puesto unos tapones para no escuchar!…” (Autor desconocido)

 

Debemos de seguir siempre adelante y no permitir que se derrumben las mejores y más sabias esperanzas de nuestro corazón.

Recordemos siempre que las palabras que escuchamos tienen poder y van invadiendo nuestros sentimientos. Siempre hay que estar “sordo” cuando alguien nos dice que no podemos realizar nuestros sueños.

Así nos pasa muchas veces. Por esta razón siempre hay que seguir adelante, aunque no siempre nos comprendan o las cosas no resulten como las habíamos pensado en un inicio.

Les comparto esta historia que sin duda alguna les dejará una buena lección:

“Érase una vez el hijo de un entrenador de caballos que era muy pobre. Su padre disfrutaba de su trabajo, pero escasamente ganaba el dinero suficiente para mantener a su familia.  Un día en la escuela, al niño le asignaron una tarea: Redactar o escribir un ensayo sobre lo que le gustaría ser cuando creciera.  Esa noche, muy emocionado, escribió un ensayo de siete páginas describiendo su sueño: el de algún día ser dueño de unas caballerizas para criar sus propios caballos.

Todo lo escribía con gran cuidado y atención. Inclusive dibujó los planos de la tierra y la casa que soñaba tener; le puso todo su corazón a este proyecto. Al día siguiente se lo entregó a su profesor y dos días después, éste se lo devolvió. Lo habían calificado con la nota más baja. El profesor había escrito una nota en la parte superior del ensayo en letras grandes y rojas:

  • “Ven a verme después de clase”.

Cuando sonó la campana, el niño se quedó esperando y le preguntó al profesor:

  • “¿Por qué me puso una nota tan baja?” El profesor respondió:
  • “Tu ensayo describe un futuro muy irreal para un niño como tú que no tiene dinero y su familia es muy pobre. ¡No tienes ni siquiera suficiente dinero para comprar tu propio establo! Tendrías que comprar tierra, necesitarías un capital de base, sin mencionar los costos de mantenimiento. ¡No hay forma de que pudieras lograr eso!” – Y agregó:
  • “Si tú vuelves a escribir el ensayo con un objetivo más realista yo reconsideraré tu calificación”.

El niño se fue a su casa y pensó por largo tiempo.  Inclusive le preguntó a su padre qué debería hacer.  Su padre respondió:  – “Mira hijo, tienes que decidir eso por ti mismo.  Es una decisión muy importante y yo no la puedo tomar por ti”.

Finalmente, después de una semana de reconsiderarlo profundamente, el niño entregó el mismo ensayo, sin ningún cambio y le dijo a su profesor:

  • “¡Usted puede mantener su calificación; yo voy a mantener mi sueño!”

Los años pasaron y un día, el profesor, a punto de retirarse, llevó a un grupo de niños a visitar un gran rancho; un famoso criador de caballos con algunos de los ejemplares más espectaculares del país.  El profesor estaba asombrado cuando al ser presentado al dueño se dio cuenta de que ¡era el mismo niño al que le había dado la nota más baja como calificación a su sueño!

Al irse, el profesor le dijo:

“Cuando yo era tu profesor hace mucho tiempo, era como un ladrón de sueños.  Por muchos años, yo robé los sueños de los niños. Afortunadamente, tú fuiste lo suficientemente tenaz para lograrlo”. (Adaptación del cuento “Ladrón de Sueños” cuyo autor es Oscar Wilde)

Soñar es el lenguaje que utiliza el destino para comunicar a una raza especial de seres humanos que el camino es aún mucho más extenso que el que los ojos alcanzan a divisar.

Soñar es vivir el futuro antes, sin tener la certeza que el sueño ya hecho realidad lo alcanzará a ver plasmado en el teatro de la vida.

Un soñador pensó que el mundo era redondo y la gente lo consideró loco, pero su sueño siguió adelante; una soñadora le creyó y así compartieron el sueño llamado América.

Otro soñador pensó que la luna era una empresa fácil de alcanzar, se vio en ella, caminó y viajó; muchos años después dos hombres llegaron a la luna.

Todo sueño implica una lucha contra todos, contra el destino, contra la adversidad, contra lo evidente. Los sueños no respetan edad, leyes, estados ni personas; no miden circunstancias ni ocasiones.  Nunca dejemos de soñar.

 

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