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Sembrando Esperanza

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SE FIEL AL INICIO, PREPARA TU FIDELIDAD FINAL

El Domingo de Ramos corresponde a la parte del Año Litúrgico en el que entramos de lleno a la Semana Santa. Semana para la cual nos preparamos durante cuarenta días. Este acondicionamiento radica en la conversión de la vida, en ordenar su desorientación, en ir a las raíces, volver a Dios, pues de Él hemos venido. Nos hemos preparado para acompañar a Jesucristo rezando el Vía Crucis, contemplándole en el crucifijo, haciendo pequeños sacrificios y ofreciendo todo por las almas.

¡Cuánto no le hemos costado a Cristo! ¿Ya tenemos más conciencia de lo que ha sufrido por nosotros?

Porque Cristo en ese instante tenía presente a todos los hombres del pasado, del presente y del futuro. ¿Hemos tenido alguna participación por la que Cristo lleve la Cruz por nuestra culpabilidad?, o ¿hemos colaborado en su crucifixión o, por el contrario, consolado con nuestra cercanía y nuestros propios sufrimientos?

Hemos asistido a la Resurrección de Lázaro. Muchos hemos querido ir a ver a Jesús, respiramos un ambiente especial. Parece que ya ha llegado el Mesías, al constatar todo lo que veían hacer a Jesús.

 

Qué gran peligro nos acecha, como le avizora a todo hombre. De solo recordar, de teatralizar este evento, no queremos estar aquí para hacer un mero recuerdo. Estamos aquí, sí, para revivir el Domingo de Ramos.

Primero yo les invito, y me invito a quitarme mi vestimenta y ponerme la túnica, las sandalias, convivir con el polvo,  a trasladarme a Jerusalén y a vivir con ellos la algarabía de la fiesta. Pero es necesario hacer un traspaso afectivo, un traspaso físico, un traspaso del corazón, para por lo menos entender un poco lo que estamos celebrando.

¿Cómo me preparo para vivir esta fiesta?  ¿A quién estoy representando?

¿Veo y siento una Jerusalén, una Jerusalén occidentalizada? Porque a los ojos de Dios, no dejamos de ser su Jerusalén.  Él hoy entra nuevamente a ella, porque está dispuesto a renovar su entrega y su amor.

Ante esta realidad, nos encontramos con diferentes tipos de protagonistas: los conscientes, quienes realmente acompañan a Cristo con conocimiento de causa. Existen los curados de lepra, de ceguera, de parálisis. Tal vez algunos de nosotros se encuentra en esta categoría y por eso ovacionamos a Cristo, por eso le queremos proclamar Rey, pues ha significado algo para nosotros en algún momento de nuestra vida. Sentimos que se hizo presente curándonos de alguna enfermedad, trayéndonos consuelo y esperanza.

También está la clase de protagonistas que pertenece a los indiferentes, los superficiales; ellos están allí porque tienen que estar, porque siempre han participado en esta época  ya que la tradición casi les obliga, pero nunca han profundizado en su sentido y significado. Pero más que protagonistas, están como espectadores. No están dispuestos a quemarse las manos por la causa, pues no la han comprendido.

Otros pertenecen a los personajes superficiales, quienes han comenzado a correr y a gritar ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, y están emocionados. Tienen complejo de borreguismo, porque ven que otros lo hacen. ¿Cuántos actuamos así?, ¿cuántos vivimos así?, ¿cuántos pensamos así?  Jamás hemos sido capaces de penetrar, ni siquiera de preguntar un por qué.  Lo hacemos porque lo hacemos, porque muchos lo hacen…

Por otra parte están los traidores, los infiltrados, los que están dispuestos a matar a Cristo, a hacerlo desaparecer, porque es un obstáculo para sus propios fines y objetivos, y piensan: Este es el momento, lo tenemos en nuestras manos, ha tratado de escabullirse, pero ahora ya tenemos todo planeado. Y tal vez gritan y lo alaban y levantan las palmas, pero en su interior, no concuerdan con Cristo. No coinciden con su modo de actuar o pensar. Les gustaría más revolucionario, más político, incluso, más diplomático, que se adaptara a su manera humana de ver la realidad;  verdaderamente El Señor y esta clase de personas no pueden estar juntos.

Otra realidad que hoy figura en la Jerusalén occidentalizada y actual es la de los que en el interior de su corazón están cerrados por el odio, la envidia, la injusticia, el rencor, la venganza y la violencia, por el materialismo y el mundanismo que ha entrado en sus vidas.  Sí, tal vez el Domingo de Ramos es el día en que se define la suerte de estos hombres.

Por otro lado están los que han convivido con Jesús: sus apóstoles. Ellos son quienes se suman con ilusión y ánimo, y además piensan: si le va así a nuestro Maestro, entonces ¿cómo nos irá a nosotros? Adiós fatigas, tener que conseguir el alimento; adiós sudores, ahora viene la gloria; hemos hecho la mejor elección. Ellos están felices. Pero sólo hay una mera gloria humana, pasajera, poco fiel, también superficial, pero con el corazón abierto.

Y por último se encuentran los que han hecho la verdadera experiencia, predisponiendo su corazón y su inteligencia, para descubrir el sentido de lo que va aconteciendo. María, San Juan, María Magdalena, aquellas mujeres y hombres que también le acompañaron en la cruz.  La experiencia del amor ha sido más fuerte. Esta práctica les ha abierto los ojos y les ha preparado para lo que vendrá.  Estar al pie de la Cruz, STABAT IUXSTA CRUCEM.  Los fieles, los que no se amedrentan ¿Cuántos de los que estamos aquí formamos parte de este grupo? ¡Todos! ¡Todos! ¡Tenemos que ser todos! ¡Debemos de ser todos!

Esta reflexión nos invita a pensar, a recapacitar ¿cómo voy a vivir mi Semana Santa?, ¿para qué lado iré?, ¿cuál será mi postura?, ¿correré?, ¿lo venderé por 30 monedas?, ¿estaré con Él al pie de la cruz?, ¿pasaré en frente de Él y le escupiré?, ¿me burlaré y seguiré mi camino?, o ¿tal vez sí lo veré, pero no me dirá nada y pasaré de largo?

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