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Sembrando Esperanza

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YO CREO EN EL HOMBRE, YO CREO EN LA JUVENTUD

Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, podemos caer en la tentación de perder las esperanzas, de desconfiar del hombre. Muchos hechos nos muestran a diario esta cara triste de la historia del ser humano. Cuando vemos su actuar injusto, la violencia a la que es capaz de llegar, a ese sinnúmero de actos que le asemejan más a un ser despiadado, sin escrúpulos, tremendamente sádico y lleno de los peores sentimientos que podría albergar el corazón de una persona, deshonesto, ambicioso, calculador, sádico, egoísta, etc. A pesar de todo eso, yo creo en el hombre, en esa semilla de bien que hay en su corazón, en ese corazón que desea amar, en esa mente que busca con sinceridad la verdad.

Yo creo en el hombre, yo creo en la juventud, en todos aquellos que en su momento pasaron por mis manos y en algo contribuí para su formación. Creo en los que vendrán, pues sacarán lecciones de nuestros fallos, de nuestras torpezas y harán de nuestra sociedad algo más humano, con una convivencia más agradable y serena.  Reflexionemos acerca de que Dios, quien es el autor de la vida de cada uno de nosotros, no ha perdido la esperanza y sigue adelante con su plan de querer que todos lo hombres nos salvemos. Esto quiere decir, que en esta vida debemos de ser buenos, honrados y generosos. Cómo yo me podría permitir dudar y dejar de creer en el mismo ser humano. Con Dios y nuestra colaboración, haremos que este mundo sea un poquito mejor.

Aprendamos a seguir confiando los unos en los otros, especialmente, todos aquellos quienes tienen en sus manos la formación de las futuras generaciones. Apostemos por ellos y compartamos lo mejor de nuestros conocimientos y experiencias.

Les comparto este testimonio, que sin duda nos ayudará a renovar nuestros esfuerzos por guiar a más personas por el camino del bien, del amor y de la verdad.

“John Erskine fue uno de los hombres más versátiles y mejores educados de su época, un verdadero ¨hombre del Renacimiento¨.  Fue educador, considerado uno de los mayores maestros que jamás haya tenido la Universidad de Columbia.

Fue concertista de piano, autor de sesenta libros. Estuvo al frente de la Escuela de Música de Julliard, y fue un popular conferencista lleno de ingenio para una gran cantidad de grupos. Poseía un contagioso entusiasmo por aprender.

Los estudiantes concurrían a las clases de Erskine no por su fama o consumada carrera, sino por lo que él creía de ellos. Erskine poseía la firme creencia de que el mundo no le pertenecía a él sino que a sus alumnos.

Les decía frecuentemente: ¨los mejores libros aún no se han escrito, las mejores pinturas aún no se han pintado, los mejores gobiernos aún no se han formado.  ¡Lo mejor aún debe ser hecho por ustedes!¨

Fue su entusiasmo por la vida y su optimismo por el mañana los que se convirtieron en su mayor atributo y herencia.

Todo hombre tiene momentos de entusiasmo. Algunos lo poseen por treinta minutos, otros por treinta días, pero el que lo posee por treinta años es el que triunfa en la vida.

Miremos siempre hacia adelante y hacia las alturas. Nuestras mayores contribuciones hacia la vida, nuestras mejores entregas, nuestros mejores cuidados, lo mejor de nuestro amor, ¡aún está por darse!

No dejemos de animarnos y llenémonos de esperanza al ver a nuestra juventud aplicada en los nobles ideales, en el deseo de luchar y mantener unos valores y principios que hagan de su sociedad un hogar de acogida, respeto, paz y alegría, es decir, un lugar más humano.

Creamos en la fuerza de la juventud, apostemos por esta nueva generación que sin duda aprenderá y acertará en sus decisiones, por mejorar este mundo tan lleno de conflictos e incongruencias que nos ha tocado vivir.  Así es como nos dice San Mateo: “ustedes son la luz del mundo, una cuidad situada en la cima de un monte no puede ocultarse.  No se enciende una lámpara y se la pone debajo del celemín, sino sobre le candelero y alumbra a todos los que están en el asa.  Brille de tal modo tu luz delante de los hombres que vean tus buenas obras y glorifiquen a Dios” (San Mateo, 5, 14-16).  “Por eso, nosotros, teniendo a nuestro alrededor a tantas personas que han demostrado su fe, dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12,1).

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