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julio 2021

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En cierta ocasión, un muchacho le preguntó a su maestro qué era el pecado y qué efecto dejaba en el alma. El sabio maestro le dijo que cogiera una tabla y que cada vez que cometiese un pecado clavase un clavo en la tabla y por cada acción buena que realizase, sacara uno. Cuando ya no

Cuentan que una niña pequeña, que tenía muy mal genio, colgó una rabieta tal que le arrancó el pelo a su niñera y le escupió en la cara. Su mamá, que era bastante blanda con la niña, en lugar de castigarla, le dijo que era el demonio quien había hecho todo eso. A lo que la

Era el primero y único hijo de una piadosa señora. Antes de nada lo había consagrado al sagrado corazón de Jesús. Fue creciendo, y como tantas veces había oído decir a su madre que era el hijo del sagrado Corazón, él no se daba más que este nombre. Cuando se le preguntaba cómo se llamaba, respondía:

Hubo un artista que quiso traducir en un cuadro las palabras del evangelio: «He aquí que estoy a la puerta y llamo.» En él se ve a Cristo con la mano levantada en disposición de llamar.   El hijo del pintor mira el cuadro y dice: — Papá, hay un defecto en el cuadro. — ¿Por qué? —pregunta el padre. —

LA PERDIDA Y EL HALLAZGO DE JESUS LA MADRE:  Por eso tienes que invocar siempre a Jesús, lo debes siempre buscar; lo debes siempre desear, recordar, alabar, venerar y amar. No tienes que ofenderlo en nada; tienes que adorarlo con santidad y pureza, porque es bendito por encima de todas las cosas en los siglos de los siglos.

LA PERDIDA Y EL HALLAZGO DE JESUS LA MADRE: Si, pues prestas mucha atención a estas cosas, aplacarás fácilmente a Jesús. Lo encontrarás en Jerusalén, porque ese lugar está destinado a la paz. Jesús, en el templo de tu corazón, repetirá sus sagradas palabras. Estará contigo el día entero; Te enseñará todo lo que concierne a la salvación,

Remaud, senador francés, alquiló para un mes un cuarto en un hotel de Francia y pagó por adelantado. ciento cincuenta francos. El hotelero le preguntó si quería recibo. — No es necesario —contestó el senador—; basta que lo haya visto Dios. — Pero ¿cree usted en Dios? —preguntó el hotelero. — Naturalmente. Y usted también, ¿verdad? — No, señor; yo