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Sembrando Esperanza

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GOTAS DE ESPERANZA

Es conmovedora aquella escena de Fabiola. Ésta, doctora en filosofía y literatura, oye a una esclava hablar de los misterios del cristianismo. Su orgullo patricio se subleva y se admira de haber encontrado un corazón tan grande en una griega. Sira le dice que ella también tiene su alma, y ante tamaña blasfemia en una esclava, Fabiola se irrita y saca su estilete de hierro tratando de herirla. Sira retrocede, pero el estilete se le clava en la espalda y hace brotar un chorro de sangre. Fabiola tiene buen corazón y se arrepiente de su ira.

Vete le dice— y que te cure Eufrosia; no pretendía hacerte tanto daño. Y, escogiendo de entre sus alhajas una preciosísima esmeralda, añade:

Toma, guárdate esta sortija.

Sira sale ensangrentada y encuentra a la virgen Inés, vestida de blanco, que lo ha visto todo: la ira de su prima, la sangre de la esclava. Inés abre sus brazos y estrecha contra su corazón a Sira, llamándola hermana.

Ved el contraste. Ante el dolor de la esclava, Fabiola le da una sortija. Eso hacen los paganos. Inés le da el corazón. ¡Eso hacen los cristianos! ¡Cuántos, cuántos ante el dolor ajeno dan la esmeralda de Fabiola y no el corazón de Inés!

Dar limosna, desprenderse de dinero para socorrer a los demás: eso se puede hacer sin Cristo, pero no basta. Hay que estrechar al pobre contra el corazón, amarle, consolarle, sonreírle, para que Cristo pueda de1cirnos: Lo que hiciste con cualquiera de mis pequeñuelos, conmigo lo hiciste.

 

 

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