
EL PODER DE LAS PALABRAS
Cuida tus palabras, pues ellas siempre dejarán una marca. Con frecuencia escuchamos en la televisión, en el Facebook, en la radio e incluso leemos en el periódico, juicios negativos hacia personas, instituciones, violando la intimidad e irrumpiendo de una forma casi sacrílega la reputación de la persona. ¿Cuánto mal podemos causar? ¿Cuánto daño podemos hacer? Por eso, pensemos bien en las palabras que decimos, para no convertirnos en cómplices de matar el buen honor de los demás.
“A las palabras no se las lleva el viento”: las palabras dejan huella, tienen poder e influyen positiva o negativamente. Las palabras curan o hieren a una persona. No en vano los griegos decían que la palabra era divina y los filósofos elogiaban el silencio.
Meditemos acerca de esto y cuidemos nuestros pensamientos, porque ellos se convierten en palabras; guardémoslas, porque ellas marcan nuestro destino y el destino de los demás. Pensemos muy bien antes de hablar. Es fundamental calmarse cuando se está airado o resentido e ineludible hablar solo cuando estemos en paz.
De las palabras dependen, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Una cometa se puede recoger después de echarla a volar, pero las palabras jamás se podrán reunir una vez que han salido de nuestra boca.
Las palabras tienen mucha fuerza, con ellas podemos destruir lo que hemos tardado tanto tiempo en construir. Cuántas veces una palabra fuera de lugar es capaz de arruinar algo por lo que hemos luchado. Cuántas veces una palabra de aliento tiene el poder de regenerarnos y darnos paz.
Las palabras insultantes o despectivas nunca han creado algo edificante. Con el uso de expresiones agresivas, lastimamos a las personas provocando heridas, creando resentimientos y dolor, que en algún momento volverán a nosotros. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado papel y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.
Las palabras son la manifestación de nuestro mundo interior; al cuidar de nuestro lenguaje purificamos nuestro mundo interior. Muchas enfermedades son únicamente el producto de nuestros pensamientos desequilibrados. La violencia, las mentiras, el resentimiento y tantas otras cosas existen y conviven con nosotros en este mundo. Ante ellos tenemos que cultivar cualidades de amor, verdad y gratitud, creando un sólido mundo interior en donde la bondad y la verdad brillen para luego trasmitir este mundo interno a las personas de nuestro alrededor.
Una palabra amable: puede suavizar las cosas.
Una palabra alegre: puede iluminar el día.
Una palabra oportuna: puede aliviar la carga.
Una palabra de amor: puede curar y dar felicidad.
Una palabra irresponsable: puede encender discordias.
Una palabra cruel: puede arruinar una vida. Una palabra de resentimiento: puede causar odio Una palabra brutal: puede herir o matar.
¡Las palabras son vivas! ¡Bendicen o maldicen, alientan o abaten, salvan o condenan!
Si todas nuestras palabras son amables, los ecos que escucharemos también lo serán.
De nosotros depende si las usamos para bien o para mal, tanto para nosotros mismos como para los demás.
Cuidemos nuestras palabras, no lo olvidemos nunca. Ellas tienen poder. Hablemos de tal manera que en nuestra alma y en la de los demás quede la Paz.”