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Enseñar a vivir en cristiano a la nueva generación tecnológica

Educadores Católicos
La educación y la Tecnología

Enseñar a vivir en cristiano a la nueva generación tecnológica
Educación y tecnología

Sería poco eficaz prohibir simplemente el uso de las tecnologías digitales –la privación no siempre es vía de educación–, por el contrario, resulta mejor aprender a aprovecharlas, sacándoles partido, siguiendo el consejo del Santo Padre Francisco, que dice que comunicar bien puede ayudarnos a «conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos»

Por: Juan Carlos Vásconez (@jucavas ) | Fuente: Catholic.net

INTRODUCCIÓN

Ya no concebimos la vida sin tecnología. Ir por la calle hablando por teléfono, hacer gestiones a distancia, recorrer virtualmente el lugar al que iremos de vacaciones… son pequeñas acciones que poco a poco hemos ido incorporando a nuestra rutina diaria. Los niños y adolescentes no han vivido estos cambios, sino que desde siempre han sido parte de su vida.

Enseñar a vivir cristianamente a las nuevas generaciones es una tarea apasionante y no tan sencilla como parece a primera vista. Consiste en facilitar que los chicos formen criterios verdaderos y firmes, que les ayuden a sortear los engaños y seducciones del consumismo y del libertinaje; es procurar que adquieran hábitos sanos en todos los aspectos de la vida.

Educar cristianamente no es domesticar, sino ayudar a buscar y vivir la verdad y el bien, el amor y la belleza integral: la excelencia. Por lo tanto, sería poco eficaz prohibir simplemente el uso de las tecnologías digitales –la privación no siempre es vía de educación–, por el contrario, resulta mejor aprender a aprovecharlas, sacándoles partido, siguiendo el consejo del Santo Padre Francisco, que dice que comunicar bien puede ayudarnos a «conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos»[1].

El camino adecuado será acompañar a los más jóvenes para que adquieran una conciencia recta, y prepararles para el día a día. Aunque se trate de explicar las razones de todo, a veces habrá pautas, reglas o sugerencias cuyo sentido o utilidad no se entiendan de forma inmediata sino que será necesario el paso del tiempo para deducir los porqués; es la hora de fiarse de los mayores, solo con confianza en sus padres y educadores los chicos aprenderán a desenvolverse con naturalidad y sentido cristiano en todos los ambientes: un chico bien educado off line también se comportará bien en la red.

La labor de educar busca la formación en virtudes, a la vez que siembra criterios de fondo. Sólo de ese modo los chicos podrán llevar una vida buena, ordenando y moderando sus impulsos, controlando sus actos, superando con alegría los obstáculos para buscar y hacer el bien. Es muy conveniente que los padres den ejemplo de cómo integrar los dispositivos a la vida familiar.

La educación no se improvisa, exige tiempo, dedicación y algo de organización. Es mejor diseñarla con paciencia y, como cada persona es diferente, vale la pena pensar cómo llegar a cada chico: qué cosas convienen y qué cosas se pueden evitar, uno de los ámbitos sobre el que se debe reflexionar es, justamente, el uso de la tecnología. Si es en el hogar, aunque la vorágine de las actividades diarias es absorbente y el tiempo en la semana para charlar es poco, será conveniente buscar momentos en que marido y mujer estén solos para hablar sobre cómo ayudar a cada hijo. Si es en la escuela o colegio compensará que el profesor o tutor destine unos momentos para pensar que reglas de uso son las más oportunas.

Resulta capital la educación en las virtudes humanas, sobre la base de una antropología cristiana, de modo que cada persona adquiera la capacidad y los recursos morales necesarios para utilizar las tecnologías digitales de un modo adecuado a su edad y circunstancias. Esto se logra ayudándoles a luchar en cosas concretas a vencerse en pequeñas batallas, a cumplir un horario, a respetar el silencio de los demás, a tener horas previstas para usar los videojuegos o conectarse a la red.

Tendrán más éxito los consejos que se plantean en este documento si en el ambiente en donde se desenvuelven los chicos se comparten los mismos valores; por lo tanto, resulta fundamental conocer a los padres de los amigos de los hijos e intercambiar criterios de manera que todos luchen por ser virtuosos y tengan pautas claras de cómo hacerlo.

LA TEMPLANZA
Los niños suelen ser impacientes y no les es fácil esperar, tienden hacer lo que les gusta en cualquier momento. Si les ayudamos a controlar esos impulsos, viviendo algunas reglas de comportamiento, conseguiremos que poco a poco vayan siendo templados, tal vez sea una tarea ardua, pero la adquisición de virtudes será uno de los mejores legados que podemos dejarles.

Si bien es necesario que los padres y educadores sean modelo de comportamiento, es también preciso convencerse de que no basta el buen ejemplo para educar. Hay que saber explicar, saber fomentar situaciones en las que puedan ejercer la virtud y, llegado el caso, saber oponerse a los caprichos que el ambiente y los apetitos del niño –ciertamente naturales, pero mediados ya por una incipiente concupiscencia– reclaman.

Ganaremos mucho para el futuro si logramos habituarles a que desde pequeños no utilicen dispositivos electrónicos en la habitación. Esta medida puede ayudar a disminuir los problemas de seguridad y evitar contenidos perniciosos, pero sobre todo es importante que no se usen por la noche ya que son un obstáculo para conciliar el sueño. Hay que conseguir que la televisión, computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas, sistemas de videojuegos, etc., no se encuentren por las noches en la habitación. Si para un niño o adolescente quedarse dormido con la televisión es bastante malo, los teléfonos inteligentes y las tabletas representan una mayor amenaza para la calidad de su sueño. Un consejo sencillo pero muy eficaz es que los dispositivos se carguen fuera del dormitorio, en otro sitio de la casa; así se acostumbran a cuidar el tiempo nocturno, no interrumpir el descanso y saber desconectarse una parte del día.

Etiqueta digital
Una forma concreta de ayudarles a crecer en dominio de sí es que se acostumbren a vivir unas reglas de buena educación, de buenos modales, entre los cuales también estarán los que tienen que ver con el mundo digital.

Las reglas de cortesía y buena educación son el pasaporte sin el cual no se puede viajar por la vida. Además, les ayudará a forjar hábitos que serán decisivos en su vida. Sin agobiarles ni presionarles, debemos tratar de enseñarles esas numerosas y pequeñas costumbres que les resultarán muy útiles el día de mañana en su vida personal y en sus relaciones sociales.

Es oportuno explicar con paciencia el valor que comporta no dejarse llevar por lo inmediato. El atolondramiento puede conducir, por ejemplo, a faltas de cortesía y de urbanidad con el prójimo. Puede ser oportuno tener otras reglas de “etiqueta digital”, como: no atender el teléfono cuando se está conversando con alguien más, especialmente si es una persona mayor; poner en off los dispositivos electrónicos durante las comidas; respetar el turno para utilizar la consola o el ordenador de casa, etc.

Será también formativo explicar por qué no conviene responder con la “cabeza caliente”, en especial en medios que llegan a mucha gente: redes sociales, grupos de WhatsApp, etc. En esos ámbitos no es bueno hacer muchas declaraciones, ni comunicar decisiones que se forman cuando uno está ofendido o molesto, porque en esas situaciones la pasión arrastra a decir o escribir cosas que poco tiempo después uno puede acabar lamentando.

Si los padres están atentos y se dan cuenta de que un hijo se ha dejado llevar por la ira o la precipitación, será una buena ocasión para tener una conversación más profunda, enseñándole a templar su carácter, animándole a actuar con serenidad, y a no reaccionar bajo la influencia de las pasiones momentáneas.

Normas propias de la casa
Se ha probado la eficacia de dar algunas normas, que si bien no son reglas de buena conducta, favorecen el entorno familiar y la unidad de todos. Por ejemplo, una buena forma de hacer familia es cuidar las comidas, en especial cuando coinciden todos los de la casa. Para fomentar el intercambio de ideas y la unión entre todos sirve hacer un compromiso sencillo para que durante las comidas se evite el uso de aparatos electrónicos (TV, Smartphone, Tablets, iPads, etc.), así será más fácil construir diálogo y se compartan los valores. Esto requiere que todos pongan de parte, en especial los padres que con su ejemplo moverán a los chicos a vivir los “buenos modales digitales”.

Otro lugar que también podría evitar el uso de teléfonos y tablets son los baños. Durante la adolescencia es más probable que las ideas inconvenientes vengan a la cabeza en los lugares menos oportunos. Cuántos problemas de sexting, uso de pornografía y sobre todo de pérdida de tiempo podrían ahorrar a sus hijos adolescentes los padres que enseñan a no llevarse los dispositivos electrónicos al baño: teléfonos, tabletas, etc. Una regla de sentido común que puede ayudar en casa.

«El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado»[2]. Una tarea siempre actual será la de fomentar el trato personal. Para transmitir aquellos contenidos más significativos, lo normal deberá ser decirlo “a la cara”. Las cosas importantes no se pueden resolver o decidir por mensajitos o virtualmente. Podría resultar muy útil establecer este tipo de normas propias de la casa: para pedir disculpas después de un mal comportamiento, o para consultar sobre un plan de envergadura conviene recurrir a la conversación en el mundo físico.

AYUDAR A CENTRARSE
Se escucha con frecuencia que estas tecnologías favorecen la superficialidad. Sin embargo, lo que no llega a decirse es que el problema radica en la dispersión de la atención que se produce cuando se realiza de forma simultánea tres o cuatro tareas: algunos chicos mientras pretenden leer un libro, no solo escuchan música, sino que a la vez revisan las actualizaciones de sus redes sociales, y están atentos a las notificaciones que les han llegado al smartphone. Se desdibuja la línea entre una actividad y otra. Si bien es cierto que algunas actividades pueden hacerse a la vez, también es claro que hay otras que requieren una mayor concentración, como es el caso del estudio. Normalmente el cerebro no tiene capacidad de estar en varias cosas con la misma intensidad. Será muy útil buscar formas que les ayuden a centrar su atención; además, será uno de los mejores consejos para que el día de mañana se conviertan en buenos profesionales.

Ahora -tal vez más que en otras épocas- es importante buscar formas de desarrollar el hábito de la lectura (desde la página uno hasta la última), también apoyar el esfuerzo en las materias que requieran constancia y profundidad. Potenciar más los juegos constructivos, en los que hay que ir fabricando con paciencia un sistema, que los destructivos. Animar al desarrollo de facetas artísticas o de habilidades manuales.

En esta tarea sirve presentar las razones de fondo. Ante una pregunta como ¿por qué no puedo ver ahora un vídeo de tan sólo tres minutos? cabrá explicar –por ejemplo– que no es solo una cuestión de tiempo, sino que hay que evitar acostumbrarse a seguir todos los estímulos que aparecen a nuestro alrededor, y que nos distraen de la actividad que se está realizando en ese momento: haz lo que debes y está en lo que haces[3].

Silencio para escuchar
Como recuerda el Papa Francisco, «tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar»[4]. Hay que estar prevenidos contra la disipación. Vale la pena evitar que la atención se disperse excesivamente, para facilitar que los hijos se concentren en el estudio, o para conseguir que recen con gusto. Lo contrario hace todo cuesta arriba, pues así dejas que se abreven tus sentidos y potencias en cualquier charca. -Así andas tú luego: sin fijeza, esparcida la atención, dormida la voluntad y despierta la concupiscencia[5].

Si los hijos tienen la confianza de preguntar a los padres las dudas que les surgen, se evitará que resuelvan todos sus interrogantes sólo y siempre en internet. Muchos padres de familia se preocupan por las facilidades que ofrece la red para acceder a pornografía o a información potencialmente dañina, como mensajes que fomentan el odio o informaciones sobre cómo fabricar armas, etc. Incluso, a veces, se llega a esos contenidos sin que uno los haya buscado.

Se requieren unos pocos clics para que un niño inquieto encuentre un océano de material violento y lleno de odio, de sensualidad y demás. En ocasiones, esta información se encuentra en sitios web que parecen inofensivos. En este campo es importante enseñar a utilizar la red con un objetivo claro, no sólo por pasar el tiempo, y si sin quererlo aparecen contenidos inconvenientes, cortar sin concesiones, poniendo en práctica el consejo de san Josemaría: «Déjame que te lo repita: ten la valentía de huir; y la reciedumbre de no manosear tu debilidad, pensando hasta dónde podrías llegar»[6].

Dispositivos en las escuelas
La forma de aprender ha cambiado radicalmente en los últimos años con las nuevas tecnologías, de todas formas, no hay un claro consenso entre los expertos sobre la edad más conveniente para iniciar el uso de dispositivos digitales en las clases. Lo que la mayor parte afirma es que se trata de un proceso donde los padres y educadores tienen un rol primordial.

Cada institución educativa debe definir reglas claras de uso, establecer normas de conducta, que serán fundamentales para que el niño aprenda a vivir en sociedad y sepa lo que se espera de él. Son especialmente delicadas las normas con respecto a las fotografías. Será conveniente que los chicos sepan desde el principio que no se deben publicar fotografías con personas que no han consentido explícitamente aparecer.

Un reto que interesante será enseñar a los chicos de 9 a 13 años a desembarcar en el mundo digital. Al principio, será más conveniente que lo que hacen sea visible para todos, para poderles ayudar y dar criterio, ya que a esas edades no es oportuno que haya sensación de “mi mundo”. La inclusión de sistemas en los que el niño es consciente de que lo que hace es público para sus padres y maestros, ayuda bastante en el desarrollo del autocontrol.

Un punto delicado será definir si permitir el uso de aparatos durante los tiempos de ocio dentro de la escuela. La prohibición generalizada nunca será completamente real, los chicos buscan formas para seguir utilizándolo, mientras que la segmentación de permisos por edades puede ser una solución más razonable, permitir su uso a los mayores pero con reglas claras: pierden esa posibilidad si hacen mal uso de su dispositivo.

Para evitar otros problemas más complicados como el acoso, tanto directamente como a través de Internet, se deberá recurrir a la educación en valores cristianos. Una persona respetuosa con sus compañeros y compañeras lo va a ser con o sin Internet y con o sin teléfono móvil.

Partimos de que se debe usar la tecnología como medio, nunca como un fin, como lo fueron la imprenta o la máquina de escribir. Para lo cual es necesario animar a los profesores a actualizar sus competencias didácticas, también a la luz de las nuevas tecnologías, porque «ser profesor no es solo un trabajo: es una relación en la que cada maestro debe sentirse enteramente implicado como persona, para dar sentido a la tarea educativa hacia los propios alumnos»[7].

NO DEJARSE LLEVAR
Muchos de los avances tecnológicos actuales, cuando no son rectamente utilizados, tienen la potencialidad de acrecentar el individualismo, de centrarlo todo en mejorar la apariencia manifestándose una mentalidad superficial. «Los jóvenes son particularmente sensibles al vacío de significado y de valores que a menudo les rodea. Y lamentablemente pagan las consecuencias»[8].

Una manifestación de vanidad es la obsesión por incrementar a cualquier precio la cantidad de contactos (friends/followers) acumulados en la esfera digital. En las redes sociales suelen lograr más seguidores quienes publican con constancia material interesante, divertido, o íntimo. «El significado y la eficacia de las diferentes formas de expresión parecen determinados más por su popularidad que por su importancia y validez intrínsecas. La popularidad, a su vez, depende a menudo más de la fama o de estrategias persuasivas que de la lógica de la argumentación»[9].

Una posible tentación es publicar cosas más íntimas, que llaman más la atención o despiertan la curiosidad en los demás. Los jóvenes sabrán mantenerse alejados de estos extremos si ponen la lucha –siempre positiva– en metas altas, a través de victorias concretas en pequeños actos de virtud y vencimiento.

Una fluida comunicación familiar ayudará a comprender las cuestiones de fondo, y a crear un ambiente de confianza en el que se puedan resolver las dudas y expresar las incertidumbres. San Josemaría solía aconsejar hablar noblemente con los hijos, mirarlos crecer con cariño, soltándoles la cuerda poco a poco, porque necesitan su libertad y su personalidad.

La mejor forma de dar consejo es enseñar a pensar. En el plano práctico enseñar a pensar significa enseñar a plantearse los problemas y a encontrar las soluciones moralmente buenas, ir ayudando a una persona a ser progresivamente capaz de decidir bien, de identificar por su cuenta y poner por obra respuestas moralmente adecuadas a las situaciones en las que se encuentra[10].

La Sociabilidad
El hombre es un ser social por naturaleza: comunicarnos y estar en contacto con otras personas forma parte de nuestro desarrollo personal. Cada uno se mueve en diversos círculos sociales: familia, amigos, conocidos. La adolescencia es la etapa en la que estas relaciones van tomando forma y, sobretodo, fondo. La necesidad de relacionarse socialmente va muy unida al sentido de pertenencia a un grupo. Las tecnologías ofrecen recursos a los jóvenes para dar cohesión al grupo de amigos; de hecho, es común que entre ellos formen grupos virtuales y compartan contenidos de acceso restringido.

En algunos estudios sobre adolescentes se señala que el impulso de ser aceptados por el grupo es casi tan fuerte como el impulso a la conservar la vida. Hay que ayudarles a poner medida en lo que hacen, a veces este sentido de pertenencia puede llevarles a estar demasiado pendientes de las actualizaciones en los estados de sus amigos y de las nuevas interacciones. Puede suceder también que en reuniones sociales, o fiestas, estén más centrados en las fotos que toman y de la inmediatez con que las suben a la red, que de disfrutar con las otras personas presentes en la reunión; «puede hacer daño al alma estar demasiado apegado al ordenador. Quita libertad. A veces los hijos están sentados en la mesa, pero usando el teléfono móvil»[11]. Es un reto no dejar pasar esas ocasiones, y de modo amable, educarles en el respeto a los demás, en la nobleza de sentimientos y en la finura de modales.

FORTALEZA Y LIBERTAD
Enseñar a decir que no, equivale a enseñar a decir un gran sí, mostrando la belleza de las virtudes, vía hacia una vida feliz. Por eso, es de gran ayuda explicar el valor de oponerse razonablemente, y de saber decir que no –si hay que decir que no–, con claridad y firmeza. Decir que no, será manifestación concreta del dominio propio, sin perder la elegancia y la mesura, ni olvidar los buenos modales.

También es importante respetar la intimidad según la edad. Es normal que un padre sepa dónde está su hijo a los 14 años, por lo tanto también saber dónde estar navegando, o qué comportamientos tiene en el mundo digital.

Los hijos deben encontrar en sus padres a los más decididos partidarios de su libertad personal. Libertad con responsabilidad, aunque dependiendo de la edad es importante respetar la intimidad de sus dispositivos electrónicos. Cuando son más pequeños no compensa que tengan dispositivos propios, se puede permitir el uso, pero resulta más pertinente que la propiedad sea de los mayores[12], de esta forma los aparatos tienen clave compartida y varias personas los pueden utilizar. Así los chicos saben que deben ser transparentes, y que en cualquier momento alguien más de la familia entrará a sus aparatos, aunque en forma esporádica e inesperada, no por “husmear” sino por un sentido de desprendimiento y de vida comunitaria familiar.

Cuando crecen será conveniente que vayan de forma gradual, que tengan dispositivos según las necesidades. Al principio no compensará que tengan conexión directa a internet (4G), sería como entregar una motocicleta con un motor muy potente antes de aprender a conducir. ¿Y cuándo seguir abriendo posibilidades? Buscar parámetros que indiquen que está más preparado a actuar de forma responsable; por ejemplo, cuando el chico es más ordenado en su habitación, cumple con sus encargos y cuida sus cosas.

En definitiva no podemos olvidar que el secreto de la felicidad familiar está en lo cotidiano. Como dice el Papa Francisco «es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral»[13].

Juan Carlos Vásconez (@jucavas )

[1] Francisco, Mensaje Para La XLVIII Jornada Mundial De Las Comunicaciones Sociales, 23 de enero 2014.

[2] Francisco, Mensaje Para La XLVIII Jornada Mundial De Las Comunicaciones Sociales , 23 De Enero 2014

[3] San Josemaría, Camino, N. 815.

[4] Francisco, Mensaje Para La XLVIII Jornada Mundial De Las Comunicaciones Sociales, 23 De Enero 2014.

[5] Cfr. San Josemaría, Camino, N. 375.

[6] San Josemaría, Surco, N. 137.

[7] Francisco, Encuentro de hoy con los maestros católicos de Italia, Sábado 14 De Marzo De 2015.

[8] Francisco, Angelus en plaza de San Pedro, domingo 4 de agosto de 2013.

[9] Benedicto XVI, Mensaje Para La XLV Jornada Mundial De Las Comunicaciones Sociales, 5 De Junio 2011.

[10] J. Diéguez, fidelidad y formación en las virtudes, algunas cuestiones de teología moral aplicadas a la formación, 2015.

[11] Francisco, Entrevista en el avión en su visita a Sarajevo, 6 de Junio del 2015.

[12] En este sentido, vale la pena animar a los parientes (tíos, abuelos, hermanos mayores) para que no se los regalen por navidades o en la primera comunión.

[13] Francisco, Laudato Sì, n. 103.

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