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Sembrando Esperanza

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GOTAS DE ESPERANZA

El domingo día 7 de junio de 1925, en las primeras horas del día, caía muerto en las calles de Dublín un hombre, víctima de un ataque cardíaco. Su porte era el de un trabajador: vestido pobre, enjuta de carnes, manos encallecidas, constitución enfermiza, de unas sesenta años de edad.

Se le condujo a la casa de socorro más próxima, y al despojarle de sus vestiduras pudo apreciarse, no sin admiración, que junto a su cuerpo llevaba todo un arsenal de instrumentos de penitencia, cadenas de hierro, gruesos rosarios, cuerdas anudadas, tan fuertemente apretadas, que se le habían incrustado en el cuerpo…

Entre los objetos que se le ocuparon figuraban una imagen del niño Jesús hundida en el pecho, un rosario envejecido por el uso y un mugriento y desvencijado devocionario repleto de estampas, novenas, hojas de propaganda…

Se hizo la investigación del caso y se supo que a aquel hombre se le veía todas las mañanas dirigirse a la iglesia de San Francisco Javier. Trabajaba en una serrería y almacén de maderas. Para unos era un hombre sumamente extraño. Para los testigos de su diaria concurrencia al templo, una persona muy devota. Para sus jefes de trabajo, un excelente obrero.

Pero Mateo Talbott, que éste era el nombre del anciano en cuestión, era algo más que eso: un milagro de la gracia, una bellísima flor de santidad germinada en el campo del proletariado moderno, erguida sobre todas las mezclas de doctrinalismo socialista y comunista; un mentís rotundo al «gran escándalo de nuestro siglo»: la apostasía cristiana de las masas trabajadoras; albañil, peón y capataz de un aserradero. de maderas.

Nació Mateo Talbott en la capital de Irlanda, en el seno de una familia cristiana, de humilde condición, en el año 1856.

 

 

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