
GOTAS DE ESPERANZA
Dijeron un día al señor arzobispo de Auch que se había prendido fuego en una casa de la ciudad. Corre luego allá, y al llegar le comunican que queda en un cuarto de la casa un niño que no ha podido salvarse. Al oír esto, el caritativo prelado se enternece hasta derramar lágrimas y ofrece una cantidad considerable al que vaya a librarle de las llamas.
Es tan grande el peligro, que resulta inútil el ofrecimiento; nadie se presenta. Dobla la suma, mas todo el mundo permanece en silencio. Sube hasta dos mil escudos, mas el oro no es aún suficiente atractivo; nadie se mueve. Entonces el señor arzobispo, no consultando más que su caridad, manda aplicar una escala a la casa incendiada y, despreciando los obstáculos que se oponen a su celo, atraviesa las llamas y entra en el cuarto donde está el niño. Toma la inocente criatura, baja por entre las llamas y la casa se desploma. «¡Conque soy yo —exclama el intrépido prelado el que ha ganado los dos mil escudos! Los cedo al niño y serán su dote.»