GOTAS DE ESPERANZA
Ibamos por una larga y estrecha calle y, precisamente cuando veíamos ya el final de ella, un hombre salió precipitadamente de una alquería situada en la parte derecha. Al instante empezó a oírse el estampido de unos disparos y el pobre hombre cayó muerto antes de que pudiera llegar a nosotros. Era uno de nuestros hombres, un simple soldado del Real regimiento Irlandés.
Supimos que había sido capturado el día anterior por un pelotón de caballería alemana que andaba por allí de pillaje y que lo tenía prisionero en la granja donde los alemanes estaban emboscados para disparar contra nosotros. El valiente soldado deshizo todos sus planes, pues aunque sabía que al menor ruido que hiciera lo matarían, tomó la decisión de lanzarse a la calle en una carrera precipitada para avisarnos de lo que se tramaba. Quedó acribillado por más de una docena de balazos. Lo metimos en una casa hasta que se terminó la refriega y le enterramos al día siguiente con honores militares. Su placa de identificación y todo lo demás se había perdido, por lo cual pudimos tan sólo poner sobre su tumba: «Salvó a los otros; no pudo salvarse a sí mismo».