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Retiro: Vísperas del año jubilar “De la Misericordia”

Venga tu Reino!

RETIRO DE LA MISERICORDIA
Tema es: Una misericordia que salva.
La misión [cada mes se verá una obra de misericordia]: Jesucristo busca el bien al corregir, sin castigar al que peca.
Oración Preparatoria:
el Salmo 137, «Acción de gracias».
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama;
que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
Cuando camino entre peligros,
me conservas la vida;
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
FIN DE ESTE RETIRO: Estamos para comienzar el Año de la misericordia queremos tener como fin de este retiro, experimentar La Misericordia de Dios para con nosotros, La Misericordia que salva. Dios está dispuesto a mantener ese pacto de amor con cada uno de nosotros a pesar de nuestras miserias y pecados. Nunca es tarde para su amor. El espera que nunca disminuya mi confianza en El.

PETICION: Señor, esperanza de los afligidos y esperanza de quienes en tí confían, acepta y acoge mis lágrimas, fruto de un amor que ansia ser tuyo, y perdóname mis pecados.

Oh Dios, que muestras tu poder sobre todo en el perdón y en la misericordia, derrama siempre en nosotros tu gracia, para que, caminando al encuentro de tus promesas, alcancemos los bienes que nos tienes reservados. Por Cristo, nuestro Señor.

PREAMBULO:
la Bula de convocación del Jubileo Misericordiae vultus con la que el Papa Francisco ha comunicado los fines del Año Santo. Como ya es sabido, las dos fechas indicativas serán el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, en la que tendrá lugar la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro y el 20 de noviembre de 2016, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, día en el que concluirá el Año Santo.

Misericordia

¿Qué quiere decir «misericordia»?

Hay dos dimensiones fundamentales en el concepto de «misericordia». El primero es el que se expresa en la palabra griega «eleos», es decir la «misericordia» como actitud de compasión hacia la miseria del prójimo, un corazón atento a las necesidades de los demás. Un corazón que se conmueve y se abaja.
Pero, junto a ésta surge otra acepción, ligada a la palabra judía «rahamim», que tiene su raíz en el «regazo materno», es decir, indica el amor materno de Dios.

¿Qué es esta misericordia? San Bernardo la explicaba diciendo que Dios no nos ama porque somos buenos o bellos, sino que lo que nos hace buenos y bellos es su amor, el amor materno de Dios.

En las dos acepciones surge una idea fundamental que llena de esperanza el corazón humano, es decir, Dios está dispuesto a acogerte y a comenzar de nuevo contigo, independientemente de tu historia, de tu pasado, de tu experiencia de alejamiento e infidelidad.

Cómo definiría el Papa la Misericordia, En la Misericordiae Vultus, el papa en el n° 2 nos dice:
Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado.

1. JESÚS, ROSTRO DE LA MISERICORDIA DEL PADRE.

En la BULA DE CONVOCACIÓN DEL JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA, en el n° 1 el Papa nos dice.

a. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico en misericordia » (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona[1] revela la misericordia de Dios.

b. La encarnación del Verbo, del Hijo de Dios, es prueba de esta misericordia divina. Vino a perdonar, a reconciliar a los hombres entre sí y con su Creador. Manso y humilde de corazón, brinda alivio y descanso a todos los atribulados (Mt 11, 28). El Apóstol Santiago llama al Señor piadoso y compasivo (Sant 5, 11). En la Epístola a los Hebreos, Cristo es el Pontífice misericordioso (Heb 2, 17); y esta actitud divina hacia el hombre es siempre el motivo de la acción salvadora de Dios (Tit 2, 11; 1 Pdr 1, 3), que no se cansa de perdonar y de alentar a los hombres hacia su Patria definitiva, superando las flaquezas, el dolor y las deficiencias de esta vida. «Revelada en Cristo la verdad acerca de Dios como Padre de la misericordia, nos permite “verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad» (JUAN PABLO II, ENC. DIVES IN MISERICORDIA, 30-XI-1980, 2). Por eso, la súplica constante de los leprosos, ciegos, cojos… a Jesús es: ten misericordia (MT 9, 27; 14, 20; 15, 22; 20, 30; MC 10, 47; LC 17, 13).

c. La bondad de Jesús con los hombres, con todos nosotros, supera las medidas humanas. «Aquel hombre que cayó en manos de los ladrones, que lo desnudaron, lo golpearon y se fueron dejándolo medio muerto, Él lo reconfortó, vendándole las heridas, derramando en ellas su aceite y vino, haciéndole montar sobre su propia cabalgadura y acomodándolo en el mesón para que tuvieran cuidado de él, dando para ello una cantidad de dinero y prometiendo al mesonero que, a la vuelta, le pagaría lo que gastase de más» (SAN MÁXIMO DE TURÍN, CARTA 11). Estos cuidados los ha tenido con cada hombre en particular. Nos ha recogido malheridos muchas veces, nos ha puesto bálsamo en las heridas, las ha vendado… y no una, sino incontables veces. En su misericordia está nuestra salvación; como los enfermos, los ciegos y los lisiados, también debemos acudir nosotros delante del Sagrario y decirle: Jesús, ten misericordia de mí… De modo particular, el Señor ejerce su misericordia a través del sacramento del Perdón. Allí nos limpia los pecados, nos acoge, nos cura, lava nuestras heridas, nos alivia… Es más, en este sacramento nos sana plenamente y recibimos nueva vida.

Qué fácil es contemplar así la misericordia de Dios en Jesús, una misericordia que realmente es eterna, que no se agota, que no se limita, que no se cansa, que no pierda la paciencia.

En el N° 8 de la Misericordiae Vultus, el Papa nos dice: 8.
Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. « Dios es amor » (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.

e. Papa en Holguin, Cuba 2015
El amor de Jesús ”nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma…. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida”.

Después de mirarlo con misericordia, el Señor dijo a Mateo: ”Sígueme”. Y Mateo se levantó y lo siguió. ”Después de la mirada -notó el Pontífice- la palabra. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo transformó. Y allá atrás quedó el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. Antes él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a los otros, ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio. Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos a los que ”se vive”, se usa, se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a quien él sirve. Su amor cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo políticamente correcto”.
d. Los defectos de Jesús. Ejercicios Espirituales de Mons. Van Thuam en el 2000 al Papa Juan Pablo II y a la curia
Un día encontré un modo especial de explicarme. Pido vuestra comprensión e indulgencia si repito aquí delante de la Curia, una confesión que puede sonar a herejía:Lo he abandonado todo para seguir a Jesús porque amo los defectos de Jesús”.

Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria.
En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: “No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos con 20 años de purgatorio”. Sin embargo Jesús le responde: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). El olvida todos los pecados de aquel hombre.

Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: “Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor” (Lc 7, 47).
La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros” (Lc 15, 18-19). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: “Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 22-24).
Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.

Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas.
Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 4-7).
Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación…

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!

Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica
Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: “Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido”. (cf. Lc 15, 8-9)
¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos…
Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que “el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce”.
Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: “Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 10)

Cuarto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía.
Recordemos la parábola de los obreros de la viña: “El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco… y los envió a sus viñas”. Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno. (cf. Mt 20, 1-16).

Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, estas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque –explica-: “¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?”
Y nosotros hemos creído en el amor.

Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos?

Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.

Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega –como dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas.
Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Puedo decir que experimento su misericordia, su presencia que busca mi salvación.

Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con sus “defectos”, que son, gracias a Dios, incorregibles.

Los santos son expertos en este amor sin límites. El Papa San JPII relata en su biografía, “A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: “Si crees, verás el poder de mi corazón”.
Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso.

El mensaje de la Misericordia ha estado presente en numerosos momentos del Pontificado de Juan Pablo II. Por ejemplo, en
vida y poco antes de morir, el Papa recomendó la invocación «Jesús, en ti confío»

«Es un sencillo pero profundo acto de confianza y de abandono al amor de Dios –aseguró el Papa–. Constituye un punto de fuerza fundamental para el hombre, pues es capaz de transformar la vida».
«En las inevitables pruebas y dificultades de la existencia, como en los momentos de alegría y entusiasmo, confiarse al Señor infunde paz en el ánimo, induce a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre el espíritu a la humildad y a la verdad».

«En el corazón de Cristo encuentra paz quien está angustiado por las penas de la existencia; encuentra alivio quien se ve afligido por el sufrimiento y la enfermedad; siente alegría quien se ve oprimido por la incertidumbre y la angustia, porque el corazón de Cristo es abismo de consuelo y de amor para quien recurre a El con confianza».

II. LA MISERICORDIA DE DIOS ES INFINITA, ETERNA Y UNIVERSAL

San Pablo llama a Dios Padre de las misericordias (2 Cor 1, 1-7), Dios nos deja ver su infinita compasión por los hombres, somos entrañablemente amados por El. Dios insiste constantemente en esta verdad: Dios es infinitamente misericordioso y se compadece de los hombres, de modo particular de aquellos que sufren la miseria más profunda, el pecado. En una gran variedad de términos e imágenes –para que los hombres lo aprendamos bien–, la Sagrada Escritura nos enseña que la misericordia de Dios es eterna, es decir, sin límites en el tiempo (Sal 100); es inmensa, sin limitación de lugar ni espacio; es universal, pues no se reduce a un pueblo o a una raza, y es tan extensa y amplia como lo son las necesidades del hombre.

Papa Benedicto el 24 de abril del 2015 en la imposición del Palio y entrega del anillo. “No es indiferente para Nuestro Señor Jesucristo que muchas personas vaguen por el desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. Por eso, los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción. La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida y la vida en plenitud.

No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios. Él mismo es amor, ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios, y no obstante, todos necesitamos de su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado, y no por los crucificadores”.

III. HACER LA EXPERIENCIA DE LA MISERICORDIA PARA TRASMITIRLA, LO QUE HEMOS RECIBIDO GRATIS, DADLO GRATIS.

a. En su bula de convocatoria del Año Santo o Jubilar de la Misericordia, titulada “Misericordiae Vultus” (El rostro de la Misericordia), Francisco vuelve a pescar en la praxis de la vida cristiana y cita en concreto a las Obras de Misericordia, tanto corporales como espirituales (n. 15) y dice sin embudos: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo –convocado entre el 8 de diciembre próximo y el 20 de noviembre del año 2016—sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza (…) pues los pobres son “los privilegiados de la misericordia divina”.
El papa narra después la escena del Juicio Final contenida en el Evangelio de Mateo (Mt, 25, 31-46), donde aparece con toda claridad que solo se salvarán los que han sido misericordiosos y se condenarán los que no han obrado la misericordia, separándolos unos a la derecha y otros a la izquierda. Lo que habéis hecho a uno de mis pequeños “a Mí me lo habéis hecho”. Irán, pues al infierno, los que no obraron misericordia con los pobres y enfermos, los necesitados de comprensión y compasión, los que viven solos, los que no tienen que comer ni vestir, los inmigrantes, los muertos.
Son 14 las obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales, dice el Papa como decían los antiguos catecismos. Las corporales son, dice Francisco: “dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero (cfr. al inmigrante), asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos”. Y “no olvidemos las espirituales”, dice el papa: “dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas (cfr. asistir a los ancianos y a los enfermos especiales), rogar a Dios por los vivos y los difuntos”.
La misericordia supone haber cumplido previamente con la justicia, y va más allá de lo que exige esta virtud.
«La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que Él se ha revelado en la antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor», afirmó Benedicto XVI.

«Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia, y se manifiesta ya sea a través de los sacramentos, en particular el de la Reconciliación, ya sea con obras de caridad, comunitarias e individuales».

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (MT 5, 7), leemos en el Evangelio. Hay una especial urgencia por parte de Dios para que sus hijos tengan esa actitud con sus hermanos, y nos dice que la misericordia con nosotros guardará proporción con la que nosotros ejercitamos: con la medida con que midiereis seréis medidos (MT 7, 2). Habrá proporción, no igualdad, pues la bondad de Dios supera todas nuestras medidas. A un grano de trigo corresponderá un grano de oro; a nuestro saco de trigo, un saco de oro. Por los cincuenta denarios que perdonamos, los diez mil talentos (una fortuna incalculable) que nosotros debemos a Dios. Pero si nuestro corazón se endurece ante las miserias y flaquezas ajenas, más difícil y estrecha será la puerta para entrar en el Cielo y para encontrar al mismo Dios. «Quien desee alcanzar misericordia en el Cielo debe él practicarla en este mundo. Y por esto, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el Cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena» (SAN CESÁREO DE ARLÉS, SERMÓN 25).

En ocasiones, se pretende oponer la misericordia a la justicia, como si aquella apartara a un lado las exigencias de esta. Se trata de una visión equivocada, pues hace injusta a la misericordia, siendo así que es la plenitud de la justicia. Enseña Santo Tomás (SANTO TOMÁS, SUMA TEOLÓGICA, 1, Q. 21, A. 3, AD 2) que cuando Dios obra con misericordia –y cuando nosotros le imitamos– hace algo que está por encima de la justicia, pero que presupone haber vivido antes plenamente esta virtud. De la misma manera que si uno diera doscientos denarios a un acreedor al que solo debe cien no obra contra la justicia, sino que –además de satisfacer lo que es justo– se porta con liberalidad y misericordia. Esta actitud ante el prójimo es la plenitud de toda justicia. Es más, sin misericordia se termina por llegar a «un sistema de opresión de los más débiles por los más fuertes» o a «una arena de lucha permanente de los unos contra los otros» (JUAN PABLO II, o. c., 14).

Con la justicia sola no es posible la vida familiar, ni la convivencia en las empresas, ni en la variada actividad social. Es obvio que, si no se vive la justicia primero, no se puede ejercitar la misericordia que nos pide el Señor. Pero después de dar a cada uno lo suyo, lo que por justicia le pertenece, la actitud misericordiosa nos lleva mucho más lejos: por ejemplo, a saber perdonar con prontitud los agravios (en ocasiones imaginarios, o producidos por la propia falta de humildad), a ayudar en su tarea a quien ese día tiene un poco más de trabajo o está más cansado, a dar una palabra de aliento a quien tiene una dificultad o se le ve más preocupado o inquieto (puede ser la enfermedad de un familiar, un tropiezo en un examen, un quebranto económico…), prestarnos para realizar esos pequeños servicios que tan necesarios son en toda convivencia y en todo trabajo en común…

Las Palabras del profeta Amós: ”Porque está aquí quien forma los montes y crea el viento, quien descubre al hombre cuál es su pensamiento, quien hace aurora de las tinieblas y avanza por las alturas de la tierra. Señor, Dios de los ejércitos, es su nombre”.

”De vez en cuando advertimos la necesidad de detenernos, de levantar los ojos al cielo, y acordarnos de que no somos los amos del mundo y de la vida. Tenemos que contemplar el cielo, las montañas, el mar; sentir la fuerza del viento, la voz de las grandes aguas … como le gustaba hacer a San Juan Pablo II. Necesitamos sentirnos pequeños – como en realidad somos – en el gran universo que Dios ha creado y sigue creando y vivificando en cada instante”.
”Vivir cada vez más en medio de cosas artificiales, hechas por nosotros, cambia lentamente nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos – Sin darnos cuenta nos olvidamos de dónde estamos y de quiénes somos; perdemos el sentido de nuestra verdadera dimensión: a veces nos sentimos omnipotentes, mientras no lo somos; a veces nos sentimos impotentes, mientras no lo somos. Como el profeta Amós nos recuerda, somos como una brizna de hierba, es cierto, pero nuestro corazón es capaz de infinito. Somos “casi nada”, es cierto, pero podemos preguntar “¿por qué?”, y sentir dentro de nosotros un vínculo misterioso, a veces doloroso, con Aquel que creó el mundo, el sol, la luna, las estrellas”.

”De todas las criaturas – que, a su manera, son más humildes y obedientes al Creador que nosotros -los seres humanos somos los únicos que reconocemos , y a veces sentimos, que esta omnipotencia de Dios, esta incomprensible magnitud, es solamente amor y amor misericordioso, tierno, compasivo, como el de una madre por sus hijos, pequeños y frágiles. Somos los únicos en darnos cuenta de que toda la creación gime y sufre como si tuviera dolores de parto”.

”San Juan Pablo II nos ha legado la profecía de que este es el tiempo de la misericordia. Dedicó a la Divina Misericordia el segundo domingo de Pascua, y murió en la víspera de ese domingo. ¡Que siga intercediendo por nosotros para que seamos cada vez más compasivos como es misericordioso nuestro Padre celestial!”.

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