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Historias y anécdotas

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Repetir la Palabra revelada y atreverse a comentarla, hacer de ella las aplicaciones doctrinales y darle una recta interpretación, es tal deber de conciencia que presupone en el sacerdote una preparación que le haga instrumento dócil e inteligente para cumplir su altísima misión en nombre de toda la Iglesia, muy por encima de su modesta persona.

Al hablar haga cuanto esté de su parte para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de

Llegó un profeta a una ciudad y comenzó a gritar, en la plaza mayor, que era necesario un cambio en la marcha del país. El profeta gritaba y gritaba y una multitud considerable acudió a escucharle, más por curiosidad que por interés. Pero, según pasaban los días, eran cada vez menos los curiosos que iban a

Se apareció el Señor a la beata Margarita de Saboya ofreciéndole en sus manos llagadas tres dones para que eligiera: calumnias, enfermedades o persecuciones. La santa pensó así. ¿Enfermedades? ¿Estar clavada al duro lecho con fiebre altísima, con una enfermedad repugnante que lentamente me vaya consumiendo, abandonada de todos por no atreverse nadie a acercarse a mí,

Estamos en el infierno. Llegan dos pecadores. Uno fue asesino; el otro, escritor de novelas pornográficas. Recibieron dos castigos diferentes: fuego intenso y rápido para el asesino; fuego lento por toda la eternidad para el escritor. Temblando, el escritor había preguntado: - ¿Por qué esta discriminación? Yo no he robado, ni matado a nadie, y se me castiga

La señora Edison decidió en una ocasión que su marido necesitaba unas vacaciones, y se lo dijo. - Pero, adónde vamos a ir? -preguntó el inventor-. Como la cuestión era salir a cualquier parte, estaba dispuesta a dejarle a él por completo la elección del sitio. - Piensa en el lugar en que te encontrarás más a gusto-le dijo-. - Lo

Cuéntase en la vida de san Francisco de Asís que, estando una vez el santo tiritando de frío y careciendo de ropa con que abrigarse por haberse hecho pobre, le dijo por burla un conocido suyo: - Francisco, véndeme una gota de sudor. El santo le contestó con mansedumbre: - No puedo, porque las he dado todas a Jesucristo.