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Historias y anécdotas

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Un obrero va al despacho del presidente de la empresa, comienza a hablar un poco de memoria, y de pronto empieza a ojear todo lo que hay sobre la mesa, las estanterías, luego se levanta, va a la ventana y se entretiene mirando por ella. Mientras tanto el jefe espera

Un árabe dirigía a un oficial francés prisionero la sangrienta injuria: "¡Perro cristiano!". El oficial, indignado, le dijo: "Yo soy tu prisionero, pero soy un hombre como tú. ¿Por qué me insultas así?". "¿Tú, un hombre?"‑ respondió el árabe‑. "No. Hace seis meses que estás aquí y jamás te he visto rezar".

Muchas veces, algunos años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía por mí de estar y escuchar cuando daba el reloj, que no en otras cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme a tener oración (Sta.

Paquita era un encanto de niña. Muy pocos años tenía aún cuando su madre fue llevada a Fontilles, pues había sido presa de esa enfermedad tan terrible que es la lepra. Más tarde, la propia niña fue a juntarse con su madre, víctima de la misma enfermedad. Los padres jesuitas decían a la niña, que era muy

En una residencia universitaria, un joven americano. Y sobre su mesita de noche, una imagen blanca de la Dolorosa, con la espada en el pecho. Es de noche, y el joven siente en su carne el terrible latigazo de la pasión. El muchacho lleva las de perder contra el demonio. De pronto, salta del lecho camino del

Siendo niño, visitaba Alejandro Magno el estudio de un escultor de Atenas y lo halló lleno de diosecillos. Uno le llamó particularmente la atención; tenía la cara tapada y alas en los pies. — ¿Cómo se llama? — Ocasión. — ¿Por qué le cubres la cara? — Porque los hombres, descuidados como Viven, raras veces la ven cuando pasa ante

El 27 de febrero de 1862 murió, a la edad de 24 años, el joven pasionista Gabriel Possenti, después de seis años escasos de vida religiosa. En su adolescencia, Francisco, —que así se llamaba a la sazón— era muy mundano, de suerte que en su ciudad natal, Spoletto, se le llamaba «el pequeño bailarín». Mas sucedió

San Felipe de Neri decía a Jesucristo: «Señor, no os fieis de Felipe y tenedle de vuestra mano, porque, si no, Felipe os hará traición como Judas», y esto mismo puede decir cualquier hombre, por fuerte y virtuoso que sea, si considera que sin la gracia de Jesucristo nada puede hacer.

La verdadera prueba del hombre no es el gusto de la oración, sino la paciencia de la tribulación, la abnegación de sí mismo y el cumplimiento de la divina voluntad, aunque para todo esto aprovecha grandemente así la oración como los gustos y consola­ciones que en ellas se dan (San Pedro de Alcántara, Trat. de la