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Pensamiento del día

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LA ALEGRÍA BENEFICIA LA SALUD   Proverbios 17 ,22 El corazón alegre mejora la salud; el espíritu abatido seca los huesos. Proverbios  18, 14  El  ánimo  del  hombre  lo sostiene en su enfermedad; pero perdido el ánimo, ¿quién lo levantará? Eclesiástico 30,22 y siguientes.  

MARÍA Y EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN   Oh benignísimo Jesucristo que después de tu amarga pasión y de la gloriosa resurrección te apareciste a la afligida Santísima Madre María, con gran  esplendor, y la colmaste de inefable y nueva alegría, ten piedad de mí, pobre y enfermo, con frecuencia gravemente atribulado en el exilio de este mundo.

MARÍA Y EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN   Tal vez esta visita y esta intimidad eran tan elevadas y celestiales en la casita de María, que ni siquiera a los apóstoles se les permitió entrar y escuchar las excelsas palabras que Jesús, purificado por el Padre, pronunció para María, su bendita Madre, llena de gracia. Por lo cual,

MARÍA Y EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN   Dichoso el que conoce este júbilo y, mediante la contemplación, se eleva de los temas terrenales y transcurre todo el día con Jesús y con María, desinte- resándose de las cosas de este mundo. Creo que ningún mortal fue digno de estar presente en ese coloquio: solamente los santos ángeles

MARÍA Y EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN   ¡Oh, si yo también hubiese podido estar presente, si hubiese podido oír tus dulces palabras, si junto a la ventana hubiese podido escuchar disimuladamente y captar con diligencia las palabras que mi Señor Jesucristo dirigía a su Madre acerca de las alegrías de los ciudadanos del cielo, sin que ningún

MARÍA Y EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN Te alabo y te honro, con todos tus santos y con todos los fieles devotos del mundo, por el dulce coloquio y por el íntimo encuentro que tuviste con tu ama- dísima Madre María en su aposento, a su lado, de todo bullicio exterior, duran- te el cual conversaste con ella

MARÍA Y EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN   No enviaste un ángel, no un arcángel, no a Miguel, ni a Gabriel, ni a Rafael, tus mensajeros oficiales, ni a ninguno de los dignatarios terrenales, distingui- dos, adornados de oro, plata y piedras preciosas, a visitar a tu Madre, Reina del cielo, nuestra amada Señora; sino que acudiste tú mismo, Rey