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Historias y anécdotas

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En Viena, cuando iban a colocar el cadáver de un empera­dor en la cripta de los capuchinos, el maestro de ceremonias solía tocar con una vara en la puerta de hierro. De pronto se oía una voz que preguntaba: "¿Quién es?" La respuesta era: "Su majestad apostólica el empe­rador". "No le conozco", se replicaba. Nuevamente un to­que

Hay un cuadra que subyuga en la historia de la civilización: Colón en pie en las costas españolas, en las orillas de los mares del mundo. Las corrientes de las aguas le traen plantas y algas desconocidas; y su ojo agudo se posa en la lejanía de donde aquéllas debían llegar. Con sus ojos corporales, no ve

Disputaban dos amigas sobre la existencia del alma. Tras larga y ,enconada discusión dijo uno al otro: — Definitivamente, tú no tienes alma. — ¿Se puede saber par qué? —preguntó el otro. — Sencillamente, porque no la veo. — Entonces tú no tienes entendimiento, pues no se te ve por ningún lado.    

San Pedro: En la Via Appia hay una capilla que recuerda el encuentro de Pedro con Cristo a las puertas de la ciudad y que le pregunta a dónde va. Pedro estaba huyendo de la perse­cución de Nerón. "A Roma", respondió Cristo, "para ser de nuevo crucificado". Y Pedro entendió que lo que se esperaba de

Se cuenta que tras los pastores que fueron a Belén, también se encontraban Adán y Eva. ¡Habían esperado tanto al Salvador! Ambos estaban acongojados y se preguntaba angustia­dos: ¿Qué don le podemos ofrecer al Niño Jesús que le pueda gustar? Se postraron como para pedir la más grande piedad. Cuando María les invitó a acercarse, ambos

Un califa de Córdoba, cuenta una tradición árabe, quiso agrandar sus jardines y construir un pabellón sobre un pequeño campo que lo rodeaba y era lo único que poseía una pobre viuda. Ésta se negó a vendérselo y entonces el príncipe se apoderó con violencia del campo y edificó en él un brillante palacio. La pobre mujer, desolada

Un labrador, al segar el trigo, cortó por medio a una víbora con la hoz. Y oíd lo que hizo después aquel buen hom­bre. Satisfecho de su hazaña y con aire de triunfo, la mostra­ba a los compañeros. ¡Desgraciado de él! Aquella cabeza enve­nenada, retorciéndose, le mordió en una mano, y el pobrecillo, por aquella mordedura

Un tal Troquilo, discípulo del filósofo griego Platón (347 a.C.), habiendo visto un día el mar en calma, exclamó: "Voy a dar un hermoso paseo por mar". Subióse a una pequeña embarcación que corría que era una delicia. Pero, de pronto, levantóse una furiosa tempestad que sacudió la nave por todas partes, y poco faltó para